Corría el año 1856 cuando la Diputación Provincial de Logroño propuso a su homóloga de Vizcaya la construcción de un ferrocarril que uniera Tudela y Bilbao a través de Calahorra, Logroño y Haro. Tal y como había defendido el entonces joven diputado por Zamora Práxedes Mateo Sagasta, en las enmiendas presentadas al plan Luxan, la línea debería transcurrir “por el terreno que riegan las aguas del Ebro, fecundando así las riberas de Aragón, Navarra y La Rioja”.
Explica el historiador Francisco Bermejo que “la cuestión del ferrocarril Tudela-Bilbao se convirtió en La Rioja en un tema político de primer orden, en el que se excluyó cualquier señal de tipo partidista. En la comisión encargada del asunto estaban todos los más conocidos y destacados en la vida económica de la provincia, repartiéndose los puestos por partes iguales”.
Así, el 30 de agosto de 1863, domingo por más señas, se inauguró la totalidad del trayecto, jornada en la que el convoy se detuvo en Logroño, Calahorra y Alfaro y, de regreso, paró de nuevo en la capital riojana para degustar un buffet en la propia estación y saludar a Baldomero Espartero. Haro ya había estrenado su estación el 18 de mayo anterior, comunicada desde entonces con Bilbao.
Se había logrado, no sin esfuerzo, que el camino de hierro incluyera a La Rioja en el corredor Este-Oeste, sobre todo por el empeño que puso Vizcaya para no quedarse aislada de la modernidad. Pero ocurría que, un año antes, la línea Madrid-Irún hasta la frontera con Francia había optado por el itinerario Miranda de Ebro-Vitoria-Alsasua-Tolosa-San Sebastián, dejando Logroño de soslayo. Para más inri, el creciente impulso de Castejón de Ebro como nudo ferroviario –localidad navarra creada ad hoc como estación en la frontera misma con provincia- dejó La Rioja todavía más aislada.
Y así continúa.