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Marcelino Izquierdo

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Baltasar Álvarez, el jesuita riojano que guió a Santa Teresa de Jesús

 

“Es un santo”. Así definió Teresa de Jesús a su confesor, el padre jesuita Baltasar Álvarez, cuando tuvo noticia de su repentina muerte. Cuentan que en la soledad de su celda de Medina del Campo, la santa de Ávila lloró durante más de una hora sin que nada ni nadie pudiera consolarla. Y añadiría tiempo después la fundadora de las carmelitas descalzas, sobre la santidad del Padre Álvarez, que Dios le había revelado «el aventajado lugar que (éste) había de tener en el cielo, y le dio a entender que estaba en tan alto grado de perfección en la tierra, que no había entonces en ella quien le tuviera mayor…».

Cuando se cumplen 500 años del nacimiento de Teresa de Cepeda y Ahumada (Ávila, 1515-Alba de Tormes, 1582), es de justicia destacar la importancia que el jesuita riojano Baltasar Álvarez atesoró en la vida, en la obra y en la influencia que Santa Teresa de Jesús ha tenido y tiene en el mundo cristiano.

Baltasar Álvarez y Manrique vio la luz el 15 de mayo de 1533 en Cervera del Río Alhama, en la calle Balija nº 3, que hoy lleva su nombre. Hijo de Antonio y Catalina, labradores y «cristianos viejos que vivían de su hacienda», fue bautizado en la parroquia de San Gil dos días después. Escribe su biógrafo y alumno, el padre La Puente, que el entonces pequeño Baltasar aprendió sus primeras letras y nociones de latín en su pueblo y, «como hubiese aprovechado bien», ingresó en la Universidad de Alcalá, donde se graduó como maestro y cursó estudios de Teología.

Oración pura y continua

Desde muy joven era idea del ilustre cerverano ingresar en la orden cartuja, atraído como estaba por la contemplación de una vida monástica dedicada a la oración pura y continua. Se cruzó, sin embargo, en su camino un familiar con influencia en el cabildo de la diócesis de Calahorra, quien le aconsejó entrar en la Compañía de Jesús fundada pocos años antes (1534) por Ignacio de Loyola. Con 21 años, fue admitido Baltasar Álvarez en el noviciado jesuita de la ciudad complutense, para trasladarse años después al seminario de Simancas, donde conoció al futuro San Francisco de Borja con el que entabló gran amistad.

«Ordenado sacerdote en 1558, (el padre Álvarez) pasó su vida ocupando cargos importantes dentro de la Compañía de Jesús. En 1566, fue nombrado rector del colegio de Medina del Campo; en 1571, procurador provincial en Roma; en 1574, rector del Colegio de Salamanca y, posteriormente, rector del noviciado de Villagarcía, visitador de la provincia jesuítica de Aragón, provincial de Perú –aunque no llegó a viajar a América– y, en 1580, provincial de Toledo», explica el profesor cerverano José Manuel San Baldomero Ucar.

 

 

Confesor con 25 años

Con apenas 25 años, se convirtió el padre Álvarez en confesor y consejero espiritual de Teresa de Jesús hasta que en 1565 abandonó Ávila para ocupar el cargo de maestro de novicios en Medina del Campo (Valladolid). Coincidió aquel fructífero periodo de más de seis años con la santa todavía dentro del convento de las carmelitas, pero ya en tránsito de fundar la nueva orden de las carmelitas descalzas, en cuyas reglas el sacerdote riojano tuvo mucho que decir.

Hombre en extremo «humilde» y «cauto», según la propia Santa Teresa, el Padre Baltasar no sólo la animó a seguir su camino de espiritualidad y a dejar por escrito cuantas experiencias le iban sucediendo sino que, también, la defendió de cuantas críticas trataban de minar su determinación.

En cierta ocasión, preguntada la santa abulense sobre su vínculo con el sacerdote cerverano, ella contestó: «Haríaos Dios grande misericordia, porque es la persona a quien más debe mi alma en esta vida y la que más me ha ayudado para caminar a la perfección».

Pese a que durante los últimos años de la vida del Padre Álvarez ya no fue confesor de Teresa de Ávila, la relación entre ambos se mantuvo muy viva hasta la muerte del religioso, que le sorprendió a la temprana edad de 47 años. Falleció el día 15 de julio de 1580 en Belmonte (Cuenca).

Pescador de ‘vocaciones adineradas’

La actividad captadora de jóvenes de familias adineradas, que llevó a cabo Baltasar Álvarez, fue fundamental en el rápido crecimiento y desarrollo de la Compañía de Jesús en el siglo XVI. Su biógrafo, el Padre La Puente, lo cuenta así: «Hizo mudanzas en algunos mozos ricos y gallardos de Medina, y los movió a entrar en la Compañía, estando ellos tan lejos destos pensamientos, que más se ocupaban en jugar cañas y otros ejercicios de caballeros que no en imaginar en ser religiosos. De aquí sacó al Padre Gabriel de Dueñas y después a su hermano Bernardo de Dueñas, que edificaron notablemente aquella villa con su nueva mudanza y entrada en la Compañía».

EL HIJO MÁS GRANDE DE CERVERA…

Gustavo Gauthier

…Y la persona más perfecta en la tierra en aquel tiempo. Al menos así reza el cuadro con su imagen en la sacristía de la parroquia de San Gil y en la placa en la casa donde nació.

Bien merecen ser pintadas sobre lienzo y talladas sobre mármol las palabras de la Mística Doctora: y a la luz de la fe, ser tenidas por ciertas y por «verdad revelada». Pues fue precisamente a Santa Teresa a quien Dios reveló por primera vez la alta perfección en la tierra de su confesor y el «aventajado lugar que había de tener en el cielo».

De todo ello da testimonio el Padre Luis La Puente, que bajo el título ‘Vida del Padre Baltasar Álvarez’ publicó en 1615 no solo una biografía del que fuera su maestro, sino también una encendida defensa de su santidad. Una obra que, traducida a varios idiomas, recorrió aquella Europa del siglo XVII, y ha recorrido el mundo entero en los últimos 400 años.

Algo tendrá nuestro vecino el Padre Baltasar Álvarez, declarado Venerable por la Iglesia, cuando 435 años después de su muerte, óleos, mármoles, libros y páginas enteras de periódico siguen rezándole.

Rezan las piedras y los papeles, rezó Teresa de Jesús y rezó el Padre Baltasar. Esta es a mi juicio la clave, la piedra filosofal de sus vidas: la oración, su modo de oración. Como relata el Padre La Puente, «La misma Santa dijo a una señora principal (Doña Ana Enríquez), que lo contó después, que en ningún punto de oración hablaba al Padre Baltasar que no fuese él delante; en lo cual dijo mucho, porque fue mucho lo que el Señor la dio».
Todo parece apuntar a una mutua influencia entre el modo de orar de la Santa de Ávila y el del jesuita cerverano. Así el «Mejor viviré con Dios solo, en el cual todo lo tengo», que exclama el Padre Baltasar, evoca claramente el «Solo Dios Basta», de Santa Teresa.

Y es que ambos gozaron del don de la «oración infusa» o «contemplación», tras 18 años de oración convencional y esfuerzo en el caso de Santa Teresa y tras 16 años en el caso del Padre Baltasar. Y no sin dificultades: Teresa hubo de dar cuenta por ello ante el Tribunal de la Inquisición y Baltasar ante el General de los Jesuitas. Pero salieron gloriosos de la prueba: hoy, junto a la Santa Doctora descubrimos a otro gran místico, su muy venerado confesor. Lean su vida.

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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