Pero qué flojos son estos nórdicos! ¡Por Dios! Apenas dos días después de aparercer implicado en los ‘Papeles de Panamá’, el primer ministro de Islandia, Sigmundur David Gunnlaugsson, anunció su dimisión al frente del Gobierno. Y todo por que había salido a la luz que Gunnlaugsson fue copropietario, junto a su mujer, de una offshore radicada en las Islas Vírgenes británicas. Una minucia.
Eso sí, en cuanto los islandeses abandonaron el estado de shock en el que habían entrado tras conocer la noticia –aún les queda un ápice de decoro y honestidad–, tomaron las calles de Reikiavik y rodearon el Parlamento en señal de protesta, lo que en España hubiera sido imposible por deferencia de la ‘ley mordaza’.
Es posible que esta fragilidad de carácter sea debida a la endogamia que conlleva habitar una isla tan alejada de todo. Sepan que la inmensa mayoría de los islandeses son familia en algún grado de parentesco y, no en vano, se trata del único país del mundo que conserva el árbol genealógico de todos sus habitantes. Tal es así que, antes de contraer matrimonio, es frecuente consultar la base oficial de datos –a través de una sencilla aplicación en el móvil– para conocer cuál es el grado de consanguinidad con sus futuras posibles parejas.
En nuestra piel de toro, por contra, la fortaleza de carácter es un axioma irrefutable, quizás fruto de su amalgama racial. Ahí está el ejemplo del homólogo español de Gunnlaugsson, de nombre Mariano Rajoy, quien, pese a que los escándalos de corrupción llevan salpicando su partido día sí día también desde que llegó al Gobierno, continúa aferrado al cargo, impertérrito. «Todo es mentira, salvo alguna cosa», «Luis, sé fuerte», «me equivoqué…», musita el presidente español a modo de mantra o jaculatoria, mientras hace el don Tancredo.
¿Y qué me dicen del ministro José Manuel Soria? El papelón que está haciendo con sus contínuas contradicciones sobre los paraísos fiscales que le señalan sin remisión no tiene nombre.
Es evidente que España no es Islandia… y Soria (don José Manuel), tampoco.