El ilustrado Martín Fernández de Navarrete (Ábalos, 1765 – Madrid, 1844) publicó en 1819 la biografía más completa hasta la fecha del genio de Alcalá
Cuando hace dos siglos (1816) conmemoraba España el doscientos aniversario de la muerte del autor de El Quijote, el riojano Martín Fernández de Navarrete llevaba tiempo trabajando en una obra que marcaría un antes y un después en la imagen y proyección del genial escritor de Alcalá de Henares. Sin duda, ‘Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, escrita e ilustrada con varias noticias y documentos inéditos pertenecientes a la historia y literatura de su tiempo’ fue un libro cumbre para entender a Cervantes, a la vez que supuso la recuperación de la novela ‘Don Quijote de la Mancha’ en el siglo XIX.
Marino, historiador, político y personaje clave en la consolidación de la identidad riojana, Martín Fernández de Navarrete y Jiménez de Tejada vio la luz en Ábalos el 8 de noviembre de 1765. En su pueblo natal curso los primeros estudios, para ingresar más tarde en el ilustrado Seminario de Nobles de Vergara. Pero su amor por la navegación le impulsaron a enrolarse en la Marina siendo aún muy joven, y allí comenzó una prometedora carrera militar.
Las puertas de la historia
Hombre culto y meticuloso, su mala salud le obligó a abandonar temporalmente la mar, aunque le abrió las puertas de la historia y, así, Martín Fernández de Navarrete fue comisionado por el Gobierno para escribir la historia marítima de España. El proceso de investigación le llevó a descubrir los diarios del primer y del tercer viaje a América de Cristóbal Colón, lo que quedaría plasmado en los reputados ensayos ‘Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde el fin del siglo XV’, ‘Disertación sobre la historia de la náutica’ y ‘Biblioteca marítima española’.
Alto funcionario en el Ministerio de Marina bajo el reinado de Carlos IV, ejercería también con posterioridad los cargos de secretario de la Academia de San Fernando y director de la Academia de Historia, entre otros muchos. Tras la Guerra de la Independencia, y bajo la acusación de ser afrancesado, el ilustrado Fernández de Navarrete tuvo que alejarse de la Armada. Fue precisamente a partir de entonces cuando centró sus esfuerzos en recopilar toda la documentación relativa a Miguel de Cervantes, cuya vida y obra llevaba estudiando desde los albores del siglo XIX.
La biografía elaborada por el intelectual de Ábalos salió a la luz en 1819 formando parte, como tomo V, junto a los cuatro que integran ‘El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de Mancha, «Cuarta edición corregida por la Real Academia Española»’. El historiador Luis Astrana Marín, referencia cervantina del siglo XX español, ponía en valor el ensayo: «Ya don Martín Fernández de Navarrete recogía noticias, desde 1804, para componer su de todo punto extraordinaria y admirable biografía del gran genio. Siguiendo en el estilo el método de Ríos y en la investigación el de Pellicer, se propuso, y lo consiguió, forjar una obra documental con el auxilio principalmente de los archivos, fuente verdadera científica y entonces casi inexplorada. Y así, pudo lisonjearse ‘de haber dado tanta luz y novedad a los sucesos de Cervantes, que parece la vida de otro sujeto diferente si se compara con las anteriormente publicadas’».
Una vida novelesca
Si al erudito valenciano Gregorio Mayans y Siscar (1699- 1781) se le debe la primera biografía de Miguel de Cervantes, impresa en el año 1738, el ensayo escrito por Fernández de Navarrete casi un siglo más tarde insufló a la vida del Manco de Lepanto el calificativo de «novelesca». Episodios hasta entonces casi desconocidos o muy poco claros, como sus aventuras de juventud en tierras italianas, el alistamiento en militar en la Santa Liga, la herida de la batalla de Lepanto que le hizo perder el uso de una mano, la captura por parte de piratas berberiscos; años de cautiverio en las mazmorras de Argel, el regreso a las Españas, sus andanzas en la recaudación de impuestos y posterior encarcelamiento en Sevilla; ciento y una disputas literarias; su intento de embarcarse a América…
Hace décadas que el prestigioso catedrático Jesús Cañedo afirmó que «‘La vida de Miguel de Cervantes Saavedra, escrita e ilustrada con varios documentos pertenecientes a la historia de la literatura de su tiempo’ –de Fernández de Navarrete– ha conocido varias reediciones y continúa siendo referencia segura para los biógrafos de Cervantes». Y, corroborando las palabras del profesor Cañedo, la editorial Biblok Book Export acaba de publicar hace pocas semanas el libro del ilustrado riojano en edición rústica, aprovechando el centenario cervantino 1616-2016.
Muro de Cervantes o la polémica que sacudió Logroño en 1905
Desde el año 1905, el camino y después calle que por espacio de varios siglos había sido denominado como el Muro del Siete pasó a llamarse Muro de Cervantes. Había tomado tal determinación el Ayuntamiento de Logroño en homenaje al ilustre escritor alcalaíno, con motivo del tercer centenario de la publicación de ‘Don Quijote de la Mancha’.
Sin embargo, algo tan justo, cabal y sencillo, estuvo envuelto en una desabrida polémica que sacudió la capital de La Rioja, según cuenta el cronista Jerónimo Jiménez en su libro ‘Las calles de Logroño y su historia’. En la sesión plenaria que la Corporación Municipal celebró el 30 de octubre de 1905, los concejales aprobaron por unanimidad «honrar la memoria de Miguel de Cervantes Saavedra poniendo su nombre a un Muro que no tenía vinculación con persona alguna». ¿A qué venía tal especificación? Meses antes, en el pleno del 17 de junio, se acordó bautizar el conocido como Muro de la Mata como Muro de Cervantes por nueve votos frente a siete en contra. La polémica fue de aúpa, pues Francisco de la Mata y Barrenechea, alcalde logroñés entre del 3 de junio de 1899, y el 1 de enero 1902, era un político todavía en ejercicio y muy querido en su ciudad natal, cuyo nombre se había dado a esta privilegiada zona del Espolón en 1901, hasta entonces Muro de los Reyes.
En el debate político y ciudadano irrumpió el gobernador civil Gerardo Gavilanes, quien ante la Corporación afirmó, entre otras cosas, que «el acuerdo a que habían llegado los concejales de suprimir el nombre de una persona que existía, por el de otra que había fallecido hacía casi tres siglos, era completamente ilegal». Al final, la sangre no llegó al río –pero casi– y Francisco de la Mata se quedó con su muro y a Cervantes se le dio el Muro del Siete.