Los dominicos logroñeses Alonso de Navarrete y Alonso de Mena fueron dos de los misioneros ejecutados en el país nipón por predicar la fe cristiana
Como en ‘Silencio’, película de Martin Scorsese, los beatos Mena y Navarrete sufrieron martirio en el Lejano Oriente
A lo largo del siglo XVII, la religión católica sufrió en Japón un cruel hostigamiento, que dejó miles de mártires. Muchos de ellos habían nacido en el Lejano Oriente, pero también un buen número de misioneros españoles y portugueses fueron víctimas de la intolerancia religiosa. Dos de estos mártires eran riojanos y ambos tienen en Logroño una calle que lleva sus nombres: Beatos Mena y Navarrete.
Sobre uno de estos episodios de crueldad extrema que el catolicismo padeció en el País del Sol Naciente transcurre el eje central de la última película de Martin Scorsese, ‘Silencio’, que narra la desventura de dos jesuitas lusos que viajan a Japón en busca de un misionero que, tras ser perseguido y torturado, ha renunciado a su fe. El director neoyorkino, autor de obras maestras como ‘Taxi driver’, ‘Toro salvaje’, ‘La última tentación de Cristo’ o ‘Uno de los nuestros’, adapta la novela homónima de Shusaku Endo (1966) –uno de los grandes escritores japoneses del siglo XX– sobre este negro capítulo de la historia.
El cristianismo desembarcó en Japón a través del jesuita navarro San Francisco Javier en 1549, que en apenas unas décadas impulsó una pujante comunidad religiosa, hasta que cuatro décadas más tarde el gobernador Hideyoshi emprendió una cruzada contra la Compañía de Jesús. Desde los albores del siglo XVII hasta el último tercio del XIX la religión católica fue perseguida, pasó a la clandestinidad y sembró Asia de mártires.
Fray Domingo de Salazar
Contribuyó La Rioja a aquella ardua acción evangelizadora con decenas de misioneros y, también, con una figura clave: fray Domingo de Salazar (Baños de Río Tobía, 1525 – Madrid, 1594), primer arzobispo de Manila. Tras adquirir gran experiencia evangelizadora en las colonias americanas, Salazar organizó la infraestructura de la Iglesia católica en amplias regiones de Filipinas, China, Formosa y Japón.
Pese a los horribles tormentos que aguardaban a los misioneros (decapitación, crucifixión, la hoguera, cañas clavadas entre las uñas de los dedos…), muchos fueron los españoles y los portugueses que siguieron alimentando la fe de aquellos nativos, entre ellos los logroñeses Alonso de Mena y Alonso de Navarrete.
Primos carnales y con los mismos apellidos –aunque en sentido inverso–, Alonso de Navarrete y Mena nació en Logroño en 1571, mientras que Alonso de Mena y Navarrete lo hizo en 1578. Ambos recibieron el bautismo en la iglesia Imperial de Santa María de Palacio, cursaron sus estudios eclesiásticos en Salamanca, tomaron los votos de la Orden Dominica y dedicaron sus vidas a predicar la palabra de Dios en el continente asiático.
Con 24 años, fray Alonso de Mena desembarcó en Filipinas en 1602 y pronto se desplazó a Japón. Durante casi tres lustros, y con riesgo de su vida, predicó en las provincias de Omura, Firando y Fixen hasta que fue encarcelado por el emperador Dayfusama en 1619. Tras permanecer cautivo más de dos años en diferentes prisiones niponas, sufrió martirio en la hoguera junto a otros 25 compañeros. Ocurrió en la ciudad de Nagasaki, el 9 de septiembre de 1622.
En cuanto a Alonso de Navarrete y Mena, viajó a Filipinas a finales del siglo XVI, aunque muy pronto se vio obligado a volver a España debido a su estado de salud. Regresó al archpiélago en 1611, tierra en la que fundó una nutrida misión y, al año siguiente, tomó rumbo a Japón.
Ya en 1617, y de forma voluntaria, se trasladó Navarrete a la región de Omura, la zona de mayor riesgo para el cristianismo, donde al poco tiempo fue apresado por las autoridades niponas. Tres golpes de catana segaron su vida el 1 de junio de 1617, en la isla de Tacaxima. A lo largo del presente 2017 se cumplen 400 años de su martirio.
Sobrino del historiador riojano Fernando Albia de Castro, autor del libro ‘Memorial y discurso político por la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Logroño’ (1633), Alonso de Navarrete es uno de los protagonistas del drama misional ‘Los primeros mártires del Japón’, escrito por el gran Lope de Vega. Sin embargo, a la hora de narrar la muerte de Navarrete, el llamado Fénix de los ingenios se tomó la licencia literaria de permutar los golpes de catana por un gran horno –«como un volcán, que diluvios de fuego exhala»–, en el que el beato logroñés es martirizado.
Éste es el sermón que, imaginado por Lope, pronuncia fray Alonso de Navarrete en ‘Los primeros mártires del Japón’ antes de arrojarse voluntariamente a las llamas: «¡Bárbaros, sin Dios, sin ley! ¿Qué furia infernal os mueve? ¿Qué república se atreve a los retratos de un rey? Como son justos espantos respeto y temor perdido, ansí os habéis atrevido al de Dios y al de sus santos. A quien hundió, ¡oh pueblo ciego! Con prólogos de agua el mundo, y en el diluvio segundo lloverá abismos de fuego, ¿os atrevéis de esa suerte, sin que las nubes, con truenos rasgando sus pardos senos, fulminen rayos de muerte? ¿Del Dios de los elementos echáis al fuego la imagen? ¡Iras de los cielos bajen rompiendo esferas de viento! Mas no se eclipsan las luces en prodigioso castigo, pues que puede Dios conmigo, sacar del fuego sus cruces. Daré espanto a esta Bolonia del infierno con mi fe. Sí, sí, guardado se ve el horno de Babilonia».
Retablo en Santa María de Palacio
Tuvieron que transcurrir dos siglos y medio para que Alonso de Mena y Navarrete y Alonso de Navarrete y Mena fueran reconocidos oficialmente por la Iglesia. El Papa Pío IX los beatificó a ambos a la vez el 7 de julio de 1867. Igualmente tendrían que esperar hasta el año 1950 a que el Ayuntamiento de Logroño les dedicara una calle en su ciudad natal y oficiara una procesión en su honor.
Ese mismo año, Santa María de Palacio inauguró un retablo en el baptisterio de la parroquia, recordando las fechas de bautismo, martirio y beatificación. El retablo consta de tres tablas pintadas, con San Juan Bautista y Jesús, en el centro, flanqueados por las imágenes de ambos beatos. Debajo, junto al escudo de la ciudad, figura la siguiente frase de San Pablo: «Estis cives santorum», que quiere decir «sois paisanos de santos».