Si la pasada semana, Pamplona entera se sobresaltó por culpa de un seísmo de 4,4 grados en la escala abierta de Richter, tal día como hoy de hace 200 años, La Rioja también tembló sacudida por el mayor terremoto registrado en la comunidad durante los últimos siglos. El 18 de marzo de 1817 padeció la entonces provincia de Logroño una fuerte sacudida, con epicentro en un área comprendida entre Arnedo, Arnedillo y Préjano, que también se sintió en Calahorra, Ausejo e, incluso, en Logroño. Su magnitud superó los 6 grados Richter.
El potente sismo provocó graves daños en la ciudad del calzado: el convento de Nuestra Señora de Vico quedó tan afectado que los monjes tuvieron que buscar cobijo en otras dependencias arnedanas, los muros de la parroquia de Santo Tomás acabaron cuarteados y desnivelada su torre, mientras que la iglesia de Santa Eulalia tuvo que ser reparada a conciencia. Tanto en Arnedillo como en Préjano vieron desplomarse decenas de casas. En Calahorra, varias piedras se desprendieron de la catedral, un arco del puente sobre el río Cidacos quedó resquebrajado y las paredes cedieron en el convento de los Carmelitas. Y en Logroño, Santiago El Real y La Redonda sufrieron perjuicios en su patrimonio. «Muchos vecinos huyeron a las afueras de la ciudad», cuentan las crónicas. Lo peor ocurrió en Ausejo, donde unos sillares desprendidos de la parroquia de Santa María sepultaron a una mujer.
No es La Rioja zona en exceso proclive a los movimientos sísmicos, pero desde 1817 –y, sobre todo, en La Rioja Baja–, la tierra ha temblado con más fuerza de lo ordinario en el Villar de Arnedo (en 1923), Turruncún (en 1929 y con una intensidad de 5,1 grados), Aguilar del río Alhama (en 1961 y 4,6 grados) o Logroño (en 1967 y 5,5). De este último susto, aún nos acordamos muchos logroñeses.