JAVIER ALBO
María Teresa Álvarez Clavijo vuelve a aportar más luz a la historia del patrimonio calceatense, en esta ocasión a sus murallas. ‘El sistema defensivo de Santo Domingo de la Calzada. Su evolución a través de la documentación histórica’, es el título del nuevo libro que surge de la larga y, como siempre, exhaustiva y metódica labor de investigación en la que se ha sumergido esta doctora en Historia del Arte e investigadora agregada del Instituto de Estudios Riojano durante siete largos años.
En este tiempo ha buceado en el Archivo Municipal y revisado, concretamente, los libros de actas municipales, desde el año 1508 hasta 1952. Casi nada. También ha revisado, en el Archivo Histórico Provincial, algunos ‘Protocolos notariales’ y los fondos del Gobierno Civil y de Obras Públicas. En el Archivo General de Simancas localizó documentos «de gran interés, relacionados con privilegios y concesiones para la construcción de la muralla». Igualmente, dio con datos relevantes en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. Menos fructíferos fueron el Archivo Histórico Nacional de Madrid o la Biblioteca Nacional. En el Archivo General de la Administración en Alcalá de Henares localizó proyectos de restauración que afectaron a la muralla. Y, además, consultó un álbum fotográfico del año 1928.
El resultado es una obra de referencia, que parte de un sistema defensivo anterior al de cuyos restos pueden verse actualmente. Explica la historiadora que ese primigenio «se centró en la construcción de dos torres, una en Barrio Viejo y otra en Barrio Nuevo, las cuales podríamos considerar que serían la génesis de una fortificación más antigua». Subraya que en ninguno de los Fueros conservados, fechados en los años 1221, 1270 y 1302, se habla de la existencia de sistema amurallado alguno, pero sí que se menciona, y es la referencia más antigua que se conoce, en una carta dada por Alfonso X en 1264 y confirmada por Fernando IV en 1308, «en la que se indica expresamente que el dinero que se entregara por las penas impuestas o caloñas, a aquellos que no obedecieran a la autoridad, ‘ffuessen para la labor del muro de la villa’». De este no ha sobrevivido nada.
La leyenda envuelve los orígenes de la muralla que se levantó en el siglo XIV, si bien precisa la autora que no se han encontrado en los archivos consultados noticias documentales que avalen lo que José González Tejada escribió en 1702, en torno al milagroso episodio de la interceción de Santo Domingo, que libró a la ciudad, envolviéndola con niebla, del castigo que Pedro I quiso infligirla en 1367 por haber apoyado a su hermanastro Enrique de Trastamara. Lejos de destruirla, le concedió después el privilegio de «cercarla de buenos muros», como recoge en su obra el autor del siglo XVIII.
De estas y otras muchas cosas habla en las 290 páginas del libro, que se acompaña de un cedé. La fortificación del siglo XIX, las puertas de la muralla, la cava, el paso de ronda intramuros, la barbacana, almenas, la destrucción de la muralla, la plantación de árboles en su entorno, la situación del lienzo defensivo entre los siglos XX y XXI o la utilización de los torreones como viviendas articulan su histórico recorrido por estos gruesos muros, no demasiado bien tratados a lo largo del tiempo por los descendientes de aquellos mismos hombres a los que un día quiso defender. «En 1862 se demolieron todas las torres ubicadas en las puertas de la ciudad, salvo la de Margubete, que desapareció en 1885», dice la autora, quien recuerda que en 1937 se llegó a emplear dinamita «para borrar los vestigios de buena parte de la muralla situada en el lado noreste» .
Afortunadamente, la mentalidad camina hoy hacia el lado contrario, el de la conservación y restauración, como atestiguan muchas de las actuaciones que se han realizado en los últimos años. «El siglo XXI intenta reconciliar la vida de los calceatenses con los elementos arquitectónicos que, con gran esfuerzo, levantaron sus antepasados», reconoce Álvarez Clavijo. Planes hay; urgencia también, porque el estado de parte de la muralla es muy malo. Ahora es ella la que necesita que la defiendan.
La Muralla, como un queso ‘Gruyère’
MARCELINO IZQUIERDO
Es el sino del patrimonio español, por los siglos de los siglos. A finales del siglo XV, los Reyes Católicos urgían al concejo de Santo Domingo de la Calzada a completar su recinto amurallado –eran tiempos convulsos y de guerras internas–. Para tal fin, en el año 1500 Isabel y Fernando –Fernando e Isabel– concedieron 50.000 maravedís anuales a las autoridades calceatenses, según detalla el exhaustivo ensayo llevado a cabo por Mayte Álvarez Clavijo.
Cada año, el concejo debía presentar ante la Corte el documento firmado por los Reyes Católicos para recibir la nada desdeñable subvención. Pero hete aquí que el original se traspapeló –se perdió, vamos– y tuvo el ayuntamiento que encargar una copia, según consta en un escrito de 14 de julio de 1505. Ordenaron los monarcas constatar el otorgamiento en el registro de cédulas y, por ser cierta la concesión, el tesorero y receptor de las penas de cámara, Alonso de Morales, volvió a autorizar la cantidad de los 50.000 maravedís, con la condición de que «…quando paresçiere la dicha çedula original la trayan a rasgar…».
Y mientras los monarcas se esmeraban en reforzar un sistema de defensas eficiente y efectivo, el propio concejo comenzaba a alquilar los torreones como viviendas o palomares. Es más, a lo largo de todo el siglo XVI la muralla de Santo Domingo sufrió la apertura de nuevas puertas para que el vecindario pudiera atravesar la cava y tener una mejor comunicación con la zona de extramuros.
Atrás quedaban los albores del recinto que rodeaba la villa, allá por el siglo XIII, o la Primera Guerra Civil Castellana -con Santo Domingo como pieza codiciada–, y que tuvo su momento álgido en la Batalla de Nájera (1367).
La muralla se fue convirtiendo en un queso de gruyère: se abrieron ventanales y puertas para guardar caballerías, se derribaron torres y lienzos a fin de que Santo Domingo pudiera expandir su casco urbano y, así, el recinto amurallado más notable de La Rioja a punto estuvo de morir para siempre. Sólo el interés de ciertos calceatenses, llegada la democracia, está permitiendo su estudio y restauración.
Mayte Álvarez, doctora en Historia del Arte e investigadora agregada del IER, ha sido la encargada del notable trabajo de documentación. Ha publicado numerosos libros y artículos sobre el acervo artístico de La Rioja, entre los que destacan los relativos a Santa María de Palacio de Logroño y la arquitectura y el urbanismo de la capital en el siglo XVI; ‘La casa de Chapiteles en Logroño. De los Jiménez de Enciso al Instituto de Estudios Riojanos’ (2006); ‘La Orden del Santo Sepulcro en Logroño’ (2006); ‘El monasterio de Nuestra Señora de Vico en Arnedo (La Rioja). Proceso constructivo y patrimonio artístico’ (junto con Minerva Sáenz, 2007); o, el año pasado, ‘La puerta de Carlos V en el Monasterio de Santa María la Real de Nájera: estudio iconográfico’ (Berceo, 2012).
La doctora Álvarez Clavijo ha participado en el Inventario de Bienes Muebles de la Iglesia en la Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, encargado por el Ministerio de Cultura y, en la actualidad, imparte clases en la Universidad Popular de Logroño.