Día a día, la muralla de Santo Domingo de la Calzada avanza hacia la ruina. Se hunde, vamos. Una de las ciudades más simbólicas del Camino de Santiago, que tiene en el turismo jacobeo un nada desdeñable nicho de negocio y de empleo, contempla cómo parte de su patrimonio corre el peligro de venirse abajo. Hace tiempo que los ‘testigos’ de yeso, estratégicamente situados entre las grietas de la fortificación para alertar de sus movimientos, se resquebrajaron.
Argumenta el alcalde, Javier Azpeitia, que antes de actuar en la muralla es necesaria la elaboración de un plan director, lanzándole así el ‘muerto’ a la Consejería de Educación, Cultura y Turismo. Pero mientras Ayuntamiento y Gobierno de La Rioja marean la perdiz, uno de los torreones de la avenida de Burgos amenaza con derrumbarse de un momento a otro. Y no es el único.
Para colmo, el recinto amurallado calceatense está incluido en el Plan Nacional de Arquitectura Defensiva –dependiente de la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales–, aunque, por ahora, tal honor y privilegio, en la práctica, resulta tan útil como tener un tío en La Habana.
Lo cierto y verdad es que durante los últimos años nada se ha avanzado en la protección del lienzo que no se hubiera proyectado en la pasada legislatura y, de hecho, atrás quedan los estudios y los trabajos de rehabilitación supervisados por Mayte y Pedro Álvarez Clavijo.
De anteriores presupuestos municipales, se deduce que las partidas destinadas a adquirir y rehabilitar cada torreón rondó los 200.000 euros anuales, cifra más que asumible por las tres administraciones e, incluso, en solitario por el Ayuntamiento, si mostrara verdadera voluntad política de afrontar la recuperación de esta parte del patrimonio de la ciudad.