Hojeando viejos tomos de Diario LA RIOJA, me topé con un suelto del 1 de abril de 1890: «Nuestro amigo D. Lucas Bergerón se encuentra en cama víctima de una pulmonía. Celebraremos su completo alivio». Se trataba del relojero municipal, del mismo Bergerón que fabricó el reloj que llevaba su nombre. En cuanto el arquitecto Francisco de Luis y Tomás proyectó en 1877 el edificio que hace chaflán entre Sagasta y Comercio (hoy, Bretón de los Herreros), pensó Bergerón en instalar allí su comercio. En aquel taller confeccionó decenas de relojes de pared –su especialidad–, así como un modelo de calle con dos esferas. El caso es que don Lucas falleció en 1894 y el negocio pasó a manos de Tomás Teresa –relojería, óptica y electricidad–, que en LA RIOJA se anunciaba como «sucesor de Lucas Bergerón».
Por fin, el famoso reloj fue instalado el 21 de junio de 1902 por Joaquín Rodríguez y cía, si bien una década después el comercio ya era regentado por Gervasio Pastor, cuyo nombre aún figura en la casa que acaba de ser declarada en ruina económica.
La cercanía de la parada de los autobuses de línea y el avance del centro capitalino hacia el sur convirtió aquella esquina del Espolón en punto neurálgico del microcosmos provinciano logroñés del siglo XX. A su alrededor se arremolinaban tratantes de ganado con la taleguilla repleta de billetes, pudorosas sirvientas que aguardaban a los parientes del pueblo u ociosos haraganes que se ganaban el corrusco con trapicheos poco transparentes. Los vecinos y el reloj fueron desalojados en los años 70, por temor a que la casa se hundiera. Pero, solventado el problema, los vecinos regresaron, aunque del reloj nunca más se supo. Temo que el edificio corra la misma (mala) suerte.