Práxedes Mateo Sagasta, el político más influyente del siglo XIX español, esculpió para la historia un axioma lapidario: “Cuando se cierran las puertas de la justicia, se abren las de la revolución”. Ingeniero, periodista y siete veces presidente del Gobierno, el espíritu del prócer nacido en Torrecilla en Cameros parece haber impregnado las paredes del instituto logroñés que lleva su nombre y los corazones de sus moradores, ya sean alumnos o docentes.
Es verdad que la propuesta realizada por Ciudadanos de trasladar el instituto con más alcurnia de la región a las deterioradas instalaciones del viejo Maristas –con oscuras intenciones urbanísticas de por medio– tenía poco recurrido y ningún futuro. Sin embargo, la pronta movilización de la comunidad educativa y de otras entidades y colectivos riojanos, así como el denuedo de su frontal oposición, han propiciado que el plan se haya disuelto, más pronto que tarde, como un azucarillo.
Pero el ejemplo ofrecido por el IES Sagasta durante las últimas semanas demuestra que la tenacidad y la inteligencia son más convincentes y pragmáticas que el exabrupto y el pataleo. Porque, aunque nuestros mandamases no lo quieran entender, las señas de identidad de una tierra y de sus gentes, su acervo cultural, sentimental y patrimonial unen casi tanto como el hartazgo por la incompetencia y el engaño.
Como anécdota, algunos recordarán que en la época de la Transición apareció ilustrando una tapia del final de Vara de Rey la siguiente pintada: “Seamos realistas, pidamos lo imposible. París, 1968. Logroño, siempre”.
Y no es broma.