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Marcelino Izquierdo

Historias Riojanas

Las 17 calles de la discordia franquista

 

¡Pero qué desazón les da a los nostálgicos de la Dictadura la aplicación de la Ley sobre la Memoria Histórica y, también, a quienes pretenden pescar votos en río revuelto! El cambio de nombre de las calles de Logroño con reminiscencias franquistas y golpistas fue respaldado por el Ayuntamiento, aplicando  una norma nacional aprobada por el Congreso de los Diputados. Sin embargo, lo que en cualquier nación civilizada se traduce como cumplir la ley, llana y simplemente, en ciertos sectores de la sociedad española levanta auténticas ampollas de indignación.

¿Por qué? Muy sencillo, porque algunas formaciones políticas aún siguen manteniendo una postura ambigua respecto al anterior Régimen, algunos por convicción y otros con el objetivo de atraer a ese 10-15 por ciento de electores de extrema derecha que sociológicamente tiene cada país, al igual que sucede en Francia, Italia, Bélgica, Estados Unidos, Holanda o Finlandia.

El problema es que, a fuerza de no condenar con la contundencia debida una dictadura tan execrable como la del caudillo, otro tanto por ciento de la ciudadanía, que nada tiene que ver con el pensamiento ultra, se deja arrastrar por argumentos tan simplistas como el que luce en una pancarta de la calle Milicias: «No me importa el nombre de la calle… ¡Me preocupa el paro!». A todos nos preocupa el paro y la corrupción y el desmantelamiento de la sanidad y la educación públicas… ¿Y qué tiene que ver eso con erradicar las huellas marcadas a sangre y fuego por un criminal como Franco? Nada.

El último subterfugio pasa por plantear un referéndum en el que los vecinos puedan decidir si aprueban o no el cambio de denominación, como si hasta ahora se les hubiera consultado a los logroñeses sobre las peatonalizaciones, la tala de árboles, la eliminación de aparcamientos o el aumento de los impuestos.

Es verdad que la permuta puede producir transtornos a los vecinos, al igual que ocurrió durante la Transición o a otros muchos ciudadanos -como es mi caso-, cuando el Ayuntamiento cambia denominaciones de calles o de algunos tramos, lo que ocurre más a menudo de lo que la gente cree. En todo caso, el gasto que esta medida conlleva es el chocolate del loro en comparación con lo que hemos tenido que pagar a los bancos, con los sueldos de los asesores elegidos a dedo en nuestras instituciones más cercanos -y que salen de nuestros impuestos-, de las decenas de millones de euros que ha costado la chapuza del edificio de Correos, arruinado desde hace más de una década, u otros cientos de dislates que se han perpetrado, se perpetran y se perpetrarán. Y nosotros, con los brazos cruzados, sin hacer nada.

No señores, no nos engañemos. La frontal oposición a limpiar los callejeros de dictadores y golpistas -que no nuestra Historia, por desgracia- no nace en el gasto, en que hay otras prioridades… No. Nace del apego a un tiempo pasado que la gente más joven, por suerte, no conoció.

Es imposible saberlo, pero me hubiera gustado ver a quienes se escudan tras el gasto, el paro y otras cortinas de humo haciendo pública su oposición cuando el generalísimo borró del plano logroñés decenas de nombres. ¿A que entonces no se hubieran atrevido?

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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