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Marcelino Izquierdo

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Cuando el Ebro causó el mayor accidente de La Rioja

Se cumplen 135 años del naufragio que costó la vida a 90 militares del Regimiento Valencia en 1880

 

«Empezó a zozobrar la balsa, aunque con lentitud, pero perdiéndose la serenidad se produjo un pánico lamentable con todas sus consecuencias; unos cayeron al agua y arrastraron a otros, muchos se lanzaron al río; dicen que se oyó la voz de tirarse al agua los que sepan nadar, y cada uno obró según su impresión en aquel terrible momento; siendo buena prueba de la confusión y falta de serenidad, el hecho de que aquéllos que conservaron ésta y permanecieron de pie sobre el tablero, se salvaron todos, con el agua al pecho los de menor talla, pues en aquel sitio sólo había dos metros y veinticinco centímetros de profundidad de agua».

Así relataba el naufragio del puente volante de Logroño sobre el río Ebro, ocurrido el 1 de septiembre de 1880, la revista ‘Memorial de Ingenieros del Ejército’, publicada en Madrid dos semanas después de la tragedia. Noventa militares perdieron la vida en el accidente más mortífero jamás registrado en La Rioja en su historia contemporánea, del que ahora se cumplen 135 años.

Para conocer los antecedentes de la tragedia habría que remontarse a junio de 1775, cuando una gran riada cubrió todo el Puente de Piedra y hundió uno de los torreones. El deterioro de la infraestructura levantada en el siglo XII por San Juan de Ortega fue creciendo por culpa de la I Guerra Carlista (1833-1840), hasta que años más tarde se optó por derruir el resto de las torres en ruina.

Un paso provisional de madera, que permitía al puente seguir manteniendo el servicio de forma precaria, se hundió el 9 de agosto de 1880 el paso de una sección de artillería rodada. Era necesario, pues, buscar una solución de urgencia, solución que llegó de la mano del cuerpo de pontoneros del Ejército, que instaló en pocos días un puente volante entre ambas márgenes del Ebro.

Un puente volante, según el ‘Diccionario militar’ del brigadier Almirante, «es la almadia, barca o balsa suelta que va de una orilla á otra impelida por el remo o la corriente misma, a lo largo de una maroma o fiador fuertemente asegurado en las orillas». De esta forma, a imagen del lo que aún funcionaba en pleno siglo XX en Lapuebla de Labarca -de ahí el topónimo de la localidad alavesa-, se instaló una plataforma de 63 metros cuadrados, fabricada con dos barcas unidas mediante vigas.

El trágico 1 de septiembre de 1880, el Regimiento de Infantería de Valencia, acantonado en la ciudad, y su banda de música atravesaron el río rumbo al campo de maniobras. Pero el peso mal repartido de soldados e instrumentos y el pavor que causó la zozobra causada por la corriente hizo volcar la embarcación.

Fue tan mortífero y espectacular el naufragio, que la noticia no sólo impactó en toda España, sino que también recorrió los cinco continentes, como lo prueban artículos e ilustraciones en la prensa europea, americana e, incluso, australiana.

Y es que la catástrofe tocó hasta tal punto la fibra del Congreso de los Diputados, que acaloradamente abordó la necesidad de instalar cuanto antes las infraestructuras necesarias para poder comunicar ambas márgenes del río. Con urgencia, el Gobierno de España construyó un puente de madera provisional al que se bautizó como ‘Sagasta’, al tiempo que, un año más tarde, nacía el proyecto del Puente de Hierro, inaugurado en 1882, siendo presidente del Consejo de Ministro el torrecillano Práxedes Mateo Sagasta. El Puente de Piedra, por su parte, sufrió una remodelación total, bajo la dirección del ingeniero riojano Fermín Manso de Zúñiga, y fue inaugurado el 11 de junio de 1884, festividad de San Bernabé.

 

 

La primera muerte del ‘músico mayor militar’ Cipriano Sanz Fatuarte

Cipriano Sanz Fatuarte logró salvar la vida en el naufragio de Logroño. Como músico que tocaba el bombo en la banda del Regimiento Valencia, se agarró a su instrumento y logró alcanzar la orilla junto a otros compañeros. Él no lo sabía, pero fue su primera muerte. A raíz del accidente, su salud se tornó muy delicada, hasta que falleció siete años más tarde. El expediente médico realizado tiempo después constata que «desde que cayó al Ebro viene padeciendo del pecho, habiendo echado sangre por la boca en repetidas ocasiones y en la actualidad lo expulsa al menor esfuerzo y siempre que tose».

Desde su residencia en Fort Lauderdale (Florida, EEUU), Marybelle Kuykendall, bisnieta de Cipriano, lleva años reconstruyendo la biografía de su antepasado. «Con apenas 11 años, mi bisabuelo ingresó en 1846 como soldado en el Regimiento de Infantería Bailén número 24. Entre 1863 y 1874 aparece como músico contratado y ya desde ese año, como músico mayor. Dedicó toda su vida al Ejército español».

La segunda y definitiva muerte de Cipriano Sanz le sorprendió el 23 de junio de 1887 en Jarque (Zaragoza), donde estaba de permiso para descansar. Fue enterrado con su uniforme de músico mayor.

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