Cuando apenas queda un lustro para conmemorar el V centenario del Sitio de Logroño y el Voto de San Bernabé –del que hoy celebramos su festividad por todo lo alto–, bueno sería recordar cómo el viento fresco del Renacimiento comenzó a soplar en esta zona del valle del Ebro, en los albores del siglo XVI, cambiando el destino de un villorrio medieval alrededor de un puente por el de una próspera ciudad. Diez años antes de la gesta de 1521, el pensador e historiador Francesco Guicciardini fue nombrado embajador de la República de Florencia en la Corona de Aragón, que entonces gobernaba Fernando el Católico.
La importancia estratégica de la ahora capital riojana, en relación al conflicto que Navarra mantenía con castellanos y aragoneses y que desembocó en la conquista del reino pamplonés, obligó al diplomático italiano a residir en Logroño durante largas temporadas. Seguro que Guicciardini rindió visita a Viana, donde pocos años antes había perdido la vida y estaba enterrado César Borgia, protagonista de ‘El príncipe’ (1513), obra cumbre de su paisano y amigo Nicolás Maquiavelo.
Pero entre los servicios políticos a su república y la curiosidad por el arte y la cultura de la zona, Francesco Guicciardini todavía tuvo tiempo de redactar uno de los muchos ensayos políticos y filosóficos que publicó a lo largo de su vida y que, en honor a la ciudad que le dio cobijo, tituló ‘Discorso di Logrogno’ (1512). Alejado de la vorágine del Cinquecento fiorentino, el entonces joven filósofo pudo juzgar desde la lejanía, y con mayor independencia, los conflictos que afloraban en la ciudad toscana. En su ‘Discorso di Logrogno’, Guicciardini ofrece una visión escéptica y desencantada de la política y de la capacidad humana para intervenir en la realidad. ¿Les suena?