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Marcelino Izquierdo

Historias Riojanas

Las Navas de López de Haro

 

Los reyes cristianos ansiaban una nueva cruzada y también la Iglesia. Pero, con la mitad de la Península Ibérica bajo el dominio musulmán, ¿que necesidad había de viajar hasta Tierra Santa? El rey castellano Alfonso VIII había arrancado al Papa Inocencio III la declaración de una cruzada hispana para combatir a los «infieles». La «Batalla», como fue conocida durante todo el siglo XIII y el resto de la Edad Media, estalló en Las Navas de Tolosa, muy cerca de la población jienense Santa Elena. Fue el 16 de julio de 1212. Lunes, por más señas. Hace de ello 800 años. El noble najerino Diego López de Haro, mano derecha de Alfonso VIII, lideró la memorable victoria del ejército cristiano en su calidad de alférez real, secundado también por centenares de riojanos. Casi 200.000 guerreros –120.000 musulmanes– combatieron a sangre y fuego en un hito de la Historia de España en el que se amalgaman la investigación científica y la leyenda.

«Unos cardan la lana y otros se llevan la fama», recuerda un refrán popular. Ochocientos años después, ¿quién no vincula la batalla de Las Navas de Tolosa a las cadenas del escudo de Navarra? Y, sin embargo, siendo importante el papel del rey Sancho VII El Fuerte y de sus huestes navarras en la victoria que marcó el sino de la Reconquista, ¿sabe alguien que el riojano Diego López de Haro –no confundir con su biznieto, fundador de la villa de Bilbao (1300)– fue quien dirigió el ejército cristiano?

A la llamada a rebato de castellano Alfonso VIII acudieron guerreros de toda Europa para frenar la ofensiva musulmana. Y no sólo llegaron a la Península huestes del otro lado de los Pirineos, sino que también los sempiternos enemigos de Castilla, los reinos de León y de Navarra, se vieron en la obligación de comprometerse en la cruzada ibérica, primero por miedo al imparable avance del Islam y, segundo, porque sus respectivos monarcas temían la excomunión por parte del Pontífice Inocencio III.

De esta manera, en los albores del verano de 1212 las huestes cristianas quedaron agrupadas en Toledo. El formidable ejército estaba  compuesto por las tropas del aragonés Pedro II, las del navarro Sancho El Fuerte, las castellanas de Alfonso VIII, las enviadas por Alfonso II de Portugal –si bien el monarca luso excusó su presencia– y las de las órdenes militares de Santiago, Calatrava, San Lázaro, Temple y San Juan (Malta). Al grueso se unió un nutrido  grupo de caballeros leoneses, aunque su rey, Alfonso IX, rechazara finalmente la alianza, así como un gran número de cruzados provenientes de otros estados europeos, llamados ultramontanos.

El Miramamolín Al-Nasir

Las fuerzas musulmanas, por su parte, mantenían una posición de dominio en la Península tras la dolorosa derrota cristiana en la batalla de Alarcos (1195) y estaban compuestas por voluntarios de los territorios de Al-Andalus (Andalucía) y por soldados bereberes del norte de África.
Liderado por Mohameh al-Nasir, Miramamolín para los cristianos, el ejército árabe jugaba su particular partida de ajedrez retardando el combate a campo abierto, primero a fin de debilitar la unión de las tropas cristianas y, segunda, minar sus fuerzas por la escasez de suministros. Su objetivo no era otro que el de expulsar por siempre jamás a los cristianos de la tierra en la que siempre había vivido.

Bien pertrechadas en el desfiladero de la Losa, en Sierra Morena, las huestes del Miramamolín defendían un paso tan angosto que un único regimiento sería capaz de derrotar a cualquier ejército –por numeroso que éste fuera– que se atreviese a cruzarlo.

Así las cosas, a los cristianos tan sólo les quedaban dos alternativas: o avanzar a través del desfiladero, a costa de sufrir graves pérdidas humanas y –posiblemente– la derrota, o buscar otra ruta menos custodiada. Aún a sabiendas de lo temerario de la empresa, se decantó Alfonso VIII por la primera opción, aconsejado por Diego López de Haro.

Pero… horas antes de la refriega sucedió el milagro. Cuenta la tradición que un humilde pastor, de nombre Martín Alaja, se presentó ante el rey castellano señalándole un camino alternativo sin vigilancia almohade. Confiando en el cabrero –en el que la creencia cristiana quiso ver la mano de San Isidro Labrador–, Alfonso VIII ordenó a López de Haro para que, junto a un grupo de leales, comprobara el atajo, lo que el caballero najerino cumplió.

Don Diego inicia el ataque

Convencido Mohameh al-Nasir  de que no podía dilatar más la espera, la batalla tuvo lugar finalmente cerca de Despeñaperros –término conocido como Muradiel–, donde se enfrentaron más de cien mil árabes y setenta mil cristianos como mínimo.

Y fue el riojano don Diego quien desencadenó las hostilidades en Las Navas de Tolosa hasta conseguir doblar las dos primeras líneas del ejército musulmán, pese a que la diferencia de efectivos era abismal. López de Haro comandó la vanguardia del ejército castellano junto con su hijo Lope –que sería el sexto señor de Vizcaya entre los años 1214 y 1236– y a sus sobrinos Sancho Fernández y Martín Muñoz.

El escudo, con cadenas

Al frente de una mesnada compuesta por medio centenar de caballeros don Diego quebró, junto a Sancho VII de Navarra, el palenque guarnecido por los esclavos encadenados que protegían al califa Al-Nasir y que, a la postre, decidió el resultado de la batalla. La avanzadilla navarra fuera la primera en romper las cadenas que protegían al Miramamolín y en atravesar la empalizada, lo que justificaría la posterior inclusión de estas cadenas en el escudo del reino. Sin embargo, Sancho VII nunca cambió de escudo tras la batalla, y eso que gobernó hasta el año 1234.

El origen de las cadenas parece más bien parece anterior a 1212, posiblemente de la bloca que solía adornar los escudos, y de la que hay ejemplos anteriores en la iglesia de San Miguel de Estella (1160) o en algunas de las miniaturas de la Biblia de Pamplona (1189). De hecho, el escudo blocado aparecía ya en los sellos reales de su antecesor y de su predecesor: Sancho VI el Sabio (padre de Sancho El Fuerte) y de Teobaldo I de Champaña (sobrino y conde de Champaña). La severa derrota infligida a los árabes en Las Navas de Tolosa es conocida en las crónicas árabes como  «al-Icab» (el desastre). Más de veinte mil musulmanes murieron en la refriega y otros doce mil cristianos.

Con la huida de Al-Nasir a Jaén, la desbandada árabe fue total. Alfonso VIII encargó entonces a López de Haro el reparto del botín de guerra, lo que hizo generosamente con todos, no reservándose nada para sí mismo. Al preguntarle admirado el monarca por  generosidad, respondió don Diego: «No quiero más, Señor, sino que al monasterio de Santa María la Real de Nájera se le devuelvan la villa y honor del puerto de Santoña, que los antepasados de Vuestra Alteza antiguamente le donaron». De tan valioso botín, todavía se conserva el pendón de Las Navas de Tolosa –el mejor tapiz almohade de los que existen en España– en el monasterio burgalés de Las Huelgas.
‘Donus Didacus Lópiz de Faro’

La Casa de Haro tomó el apellido de ciudad jarrera tras haberle sido concedido a Diego López (1075–1124) el señorío de la villa de Haro por parte de Alfonso VI de León, si bien la primera constatación escrita data de 1117, en la cual aparece su hijo Lope Díaz: «Donus Didacus Lópiz de Faro». Titulares del señorío de Vizcaya entre los siglos X y XIV, origen del posterior territorio histórico y provincia vasca de Vizcaya y fundadores de Bilbao, los Haro también «prestaron» los motivos heráldicos a los escudos de este territorio vascongado.

 

Diego López de Haro Alférez real
La mano derecha de Alfonso VIII

Diego López II de Haro, ‘El Bueno’, había nacido en Nájera alrededor de 1152 y falleció en 1214, casi al tiempo que su señor Alfonso VIII. Uno de sus biznietos, Diego López V de Haro, convirtió en villa la aldea marítima de Bilbao en villa el 15 de junio del año 1300. Alférez del ejército cristiano en Las Navas, murió casi a la par que el rey. Las sepulturas de don Diego y de su esposa, doña Toda Pérez de Azagra –labradas en el siglo XIII–, están en el claustro de los Caballeros de Santa María la Real de Nájera.

 

 

Alfonso VIII Rey de Castilla
Entre Soria y Nájera
Hijo de Sancho III ‘el Deseado’, aunque se apunta que Alfonso VIII vio la luz en Soria, el hecho de que su madre, Blanca de Navarra, falleciera en el parto y fuera enterrada en Nájera –su maravilloso sepulcro puede contemplarse en Santa María la Real– le vincula fuertemente a La Rioja. Como sólo contaba tres años cuando murió su padre, se designó un tutor ente los Castro y un regente entre los Lara, pero el artificioso equilibrio culminó en guerra civil, que él mismo pondría fin. Contrajo matrimonio con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania.

 

 

Diego de Villar, notable cirujano de Villar de Torre

Diego de Villar fue un reconocido cirujano nacido en Villar de Torre (1160). Estudió medicina en Toledo, centro del saber cristiano, árabe y judío, donde aprendió el arte de sanar dolencias y de practicar atrevidas operaciones, al tiempo que se empapó de ciencias como la alquimia, al estilo de la época. Fue médico de cámara del rey Alfonso VIII, curó a príncipes y monarcas, entre ellos al emir moro de Sevilla. Presente en la batalla de Las Navas, murió meses después que el rey castellano (1215). Está enterrado en Toledo.

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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