De pequeñico yo me disfrazaba cuarenta días antes de Jueves Santo. En el cole. Unos años lo hacía de de soldadito de plomo, otros de mexicano, otros de Miel Otxin (algo muy navarro, riojanos…). Pero cuando crecí esa tradición desapareció. Y como bien sabéis todos, en Navarra una tradición vale más que mil palabras (excepto si hablamos de nuestras costumbres forales, que también son tradiciones por otro lado…)
Así que el disfraz abandonó mi vida. En Pamplona no estamos en estos días para esas vainas de caretas, maquillajes, telas de colores y demás cosicas…lo dejamos para otra fecha más importante: El fin de año. La noche del 31 de diciembre es más apañado disfrazarse e irse de bares que darlo todo en aburridos cotillones con trajes de gala. En la capital de la Comunidad Foral, riojanos míos, Zara no hace negocio con sus trajes de chico y vestidos de noche en diciembre… Pobre Amancio Ortega… Otro disgusto más.
Por tanto, desde ahora lo digo. Yo no me disfrazo. Es más huyo de Logroño y su carnaval subvencionado por el Ayuntamiento. Porque señoras y señores, por si alguno no se había dado cuenta… Yo odio el Carnaval.
Lo odio.
El Carnaval. El Carnavaaaaal
Sólo soporto el martes. El martes de Carnaval. Quizá por el nombre, que suena muy bien. Que siempre me recuerda a Valle Inclán y al esperpento. Y los navarros a veces somos muy de esperpento (ahora mismo tenemos uno montado en nuestras instituciones…)
Francisco Javier se ha ido a Tolosa porque dice que allí si que hay tradición carnavalera auténtica. Mis amigos riojanos se han disfrazado este año de Superman (si alguno ha visto a cinco maulas por la Mayor dando saltitos como dispuestos a despegar y haciendo como que rescatan a las bellas mozas riojanas… eran ellos). Y me he quedado solo con Puy.
Que tampoco se viste: “Yo ya me pongo un disfraz de riojana todos los días. Paso del Carnaval”.
Como ya sabéis. Palabra de Estellica. Palabra de dios.
Así que nada. Nos quedaremos sin disfrazarnos y esperando a que el miércoles de ceniza llegue pronto y comience la cuaresma que para nosotros son cuarenta días menos para que empiece lo único importante del año. Y no es la Semana Santa precisamente… Es algo que sucede en julio…
¿El qué?
Pues eso… Ya falta menos!