Él la miró a la cara y sintió como la vida se le escapaba. Que se iban distanciando y acercando al mismo tiempo. Caminaban juntos pero separados.
Sintió que en todos estos años le había fallado, aunque ella pensara lo contrario. El cariño que tal vez le ha llenado, solo ha sido una parte de lo que le debía. Una deuda que solo él entiende como tal…y que nunca podrá saldar.
Percibió, -de pronto- todo el paso del tiempo reflejado en las arrugas de su rostro; tantas cosas que le han forjado. Y en la mirada una mezcla de resignación y templanza. La intención firme de apurar hasta donde pueda una vida como casi todas… llena de luces y sombras.
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Hay tantas cosas que le gustaría decirle antes de que se vaya… y que nunca le dirá. Tantos gestos que no le salen aunque están ahí; en el limbo de los sonidos sordos, de las palabras mudas, de los besos que nunca ha dado…de los abrazos abortados.
Ha dejado para mañana lo que debía hacer hoy. Sabe que está a tiempo… pero no lo hará. Es la lógica del absurdo. Los hombres no lloran.
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Esta siendo frío este invierno y le acompañan las avefrías. Nunca se había fijado en su especial belleza, que por habitual pasa desapercibida. Pocas aves vuelan de forma tan elegante, tan pausada…como flotando. En demasiadas ocasiones tenemos la belleza en la cara y le damos la espalda.
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Cuando ella no esté, seguirá la vida . Cada invierno regresarán las avefrías y la recordará mientras el Cierzo impulse sus alas oscuras.
Le dolerá en el alma…la pensará cada día.