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Tôtus,a,um' haud condón…

Ana era muy consciente de los peligrosos de mantener relaciones sexuales sin preservativo.

Lo decían en el instituto, sus amigas…incluso su propio padre. Todo el mundo lo sabía. También escuchaba las recomendaciones del Papa de Roma, y algún que otro obispo, atribuyendo al uso del látex la propagación del SIDA. Estaba hecha un lío. Era cristiana. Comulgada y confirmada. Aquella noche decidió hacerle el amor a su novio, como otras veces… pero en esta ocasión, atendiendo las sabias palabras del Papa de Roma…se lo folló sin goma.

La relación fue placentera, más que nunca. Al terminar (mientras su novio abría una lata), los temores afloraron en su mente. Tal vez estuviera embarazada. Era el día nono de su ciclo menstrual y, según ogino, hasta el decimocuarto no tendría porqué ovular.

Al acatar las órdenes morales de Benedicto XVI había desoído las acertadas recomendaciones de las clases de Educación para la Ciudadanía del instituto…los consejos de su padre y su propio sentido común.

Se despidió del muchacho en el alféizar de la puerta y esperó escondida en la entrada hasta que desapareció el vehículo. Le estaba flaqueando la fe. Cerró con sigilo y se encaminó hacia la farmacia de guardia. Era ya la media noche. Estaba decidida a comprar una de esas pastillas anticonceptivas de emergencia. A través de un torno de metal la farmacéutica le advirtió de que en horario de guardia no se dispensaban medicinas sin receta, que volviera por la mañana y que tampoco olvidara la receta, pues la píldora no se entregaba sin la misma.

Pasó la noche en vela, debatiéndose entre hacerle caso al Papa de Roma, o al sentido común. Llegó la mañana y triunfó la obediencia debida a la fe. Además, seguramente haciendo caso al sumo pontífice estaba garantizada la ausencia de embarazo, a modo de premio…Dios mediante. Pero Dios no siempre está al tanto de los cumplimientos morales de sus discípulos, y la regla se retrasó. Al tercer día de retraso comenzó a ponerse muy nerviosa. También su novio. Ella tenía 17…él 21.

El tets de embarazo los sacó de dudas…iban a ser padres. Pero resultó que no estaban o se sentían capacitados para ello, para traer una nueva vida a este mundo y pensaron en acabar con aquel embarazo de siete días.

Como la interrupción del embarazo no estaba permitida, ni moral, ni legal ni socialmente, ocultaron la situación a padres y amigos, y escrutaron los caminos insondables del Internet, hasta que Álvaro dio con cierta clínica en Granollers que al parecer ponía menos trabas (que otras) para realizar interrupciones, incluso en casos –como éste- en el que no se cumplía ninguno de los tres supuestos contemplados por la ley.

Con un concierto como excusa ante sus padres, marcharon ambos para la clínica y (previo pago de “nosecuantosmil” euros) todo sucedió como visto en una película…que narrara la vida de otro.

Afortunadamente – demos gracias a Dios y su representante en la tierra- todo salió bien…no hubo ningún problema.

De regreso a casa, ni una palabra se cruzó entre ellos. Llovía en la autopista. Todos esos coches parecían regresar del mismo sitio. Estaban sentados a escasos centímetros pero les separaba el universo.

La desgana y aquel olor a quirófano no les dejaba pensar en otra cosa que no fuera lo mismo. La dificultad extrema de compaginar sus actos con sus principios, la educación con la doctrina, su futuro con los encorsetamientos morales…la religión con su independencia como personas libres.

Mientras -ajeno a todo esto-, el Papa de Roma daba órdenes precisas contra el uso del preservativo, contra la administración de la píldora “anticonceptiva” y contra las políticas sociales de interrupción voluntaria del embarazo.

Por la libertad de expresión.

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mayo 2009
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