En el último debate sobre el ‘Estado de la Región’, el presidente firmó otra nueva faena dialéctica. Creer en sus argumentos políticos ha pasado a ser una cuestión de fe, más que un ejercicio de reflexión. Después de tres lustros gobernando ha conseguido -según pregona- ser autor y protagonista de todo lo bueno y positivo acontecido en La Rioja, al tiempo que no tener responsabilidad alguna de lo malo o negativo. Milagro semejante no se le puede atribuir a santo alguno. Tan sólo la paloma del Espíritu Santo es capaz de hacerle sombra.
No sería de extrañar que cualquier noche de éstas, una muchedumbre enfervorizada se acerque a la verja del palacete regional y la salte, para sacar a hombros a Pedro Sanz; como si de la Blanca Paloma se tratara.
Porque a estas alturas del largometraje protagonizado por Sanz, o se tiene mucha fe o es imposible comulgar con la argumentación, que pretende el milagro de ser mecenas y protagonista de una baja tasa de paro en las ‘vacas gordas’, e irresponsable total del aumento cuando han llegado las ‘vacas flacas’. Sus intervenciones más se parecen a la lectura evangélica dominical, que por ser dogma de fe no admite enmienda.
¿Qué deidad ha bendecido a este presidente? Incluso dijo en su retahíla que «no podemos salir de la crisis si no sale el gobierno de la nación». De pronto la autonomía y las transferencias parecen abolidas. La bonanza siempre es su mérito y las tempestades económicas responsabilidad de los demás. Sus míticos alardes frente a las desastrosas -según él- políticas de los socialistas, tan cacareadas durante los años de prosperidad, quedan ahora al descubierto como vacías bravuconadas. Antes, todo lo hacía bien pese a los socialistas de Madrid. Ahora, todo se hace mal por culpa de los mismos. Algo no cuadra.
Se echa de menos -en sus discursos- un poco de autocrítica, una pizca de corresponsabilidad, un cunacho de humanidad. Y nada más humano que reconocer los errores.
Gracias a TVE en La Rioja hemos tenido el común de los mortales ocasión de seguir un debate en el cual Sanz ha hecho gala de una suficiencia almidonada, de una prepotencia sólo superada por el repertorio gestual de su vicepresidenta. Una imagen vale más que mil palabras. Los primeros planos televisivos de Vallejo la describen con diáfana claridad.
Y si de contabilizar palabras se tratara, poco se ha dicho de La Rioja y mucho de España. Algo no cuadra. Si no somos capaces de solucionar los problemas de esta comunidad, difícilmente nos vamos a encargar de los del Estado.
Carlos Cuevas -travestido de estadista-, explicando como se arregla España y Aldama estrellando sus certeros argumentos contra un muro gélido y dolomítico.
Ha quedado demostrada la fobia hacia el portavoz del Partido Riojano que Sanz atesora. Ataques dialécticos en clave personal, que denotan unos modos muy poco edificantes en el ejercicio de la política. Con González de Legarra el tono es pueblerino, amenazante, barriobajero. Para Martínez Aldama, despectivo y de gratuita minusvaloración. Le tiene reservado el soniquete de negar lo evidente; que hoy por hoy es el mejor líder de la oposición y el mejor candidato para enfrentarle. Bien que lo sabe. Por eso fue incapaz de responder a las muchas preguntas que sobre su gestión y sobre las presuntas conductas oscuras de algunos miembros de su Gobierno le lanzó a la cara.
Respuestas, pocas; soluciones para los riojanos y riojanas, ninguna. Tan sólo un empecinamiento cansino en comparar determinados datos económicos -interesadamente escogidos- con las comunidades menos desarrolladas, pero ni palabra de nuestros vecinos navarros. En ese espejo Sanz no quiere mirarse.
Así, con estas maneras, es imposible avanzar más allá de la mayoría absoluta que lo respalda. Una mayoría que pese a ser legítimamente otorgada por el pueblo, cada día lo separa más del mismo, encumbrándolo a tales alturas que tendremos que ir pensando en que nuestra señora de Valvanera se aparte un poco… para hacerle un hueco en su peana.