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Por la sangre de Luís Enrique

Un siete de julio es posiblemente el día más adecuado para ver una semifinal de la copa del mundo en Iruña. Dicho y hecho. Hasta allí me trasladé con tres menudas hinchas de “la Roja”.

Es curioso como cambia este país. En 1989 cursé estudios en Iruña y, por aquellos años no se veía una bandera de España ni en pintura. Ayer, sin embargo, la Plaza del Castillo era un amalgama de blanco, rojo…¡y amarillo!. Miles de personas embelesadas viendo un pantallón con “la Roja” en acción. El calor era sofocante, pero no como un adorno literario; un calor de cojones. Treinta y siete grados a la sombra. No recuerdo “Sanfermines” tan calurosos desde 2003.

Como las niñas no veían el pantallón -entre tantos guiris y rubias borrachas-, decidí buscar el aire acondicionado de alguna cafetería aledaña y encontramos un huequecito en el suelo frente a un plasma de 50 pulgadas… junto a tres alemanas estupendas con la cara tatuada con su enseña nacional…y allí instalé el campamento. Sonaron los himnos y comenzó el “tiqui taca”. La cafetería estaba llena a reventar, el calor igualmente insoportable. Mis hijas, -sin merendar- enchufadas a una litrona de agua. Ni pestañeaban. Ni moverse en todo el partido del sitio. Cánticos y gritos de “España”…”Podemos”…”Yo soy español”…retronaban en el corazón de Iruña. Una fiesta.

De pronto un balón lanzado desde la esquina por el de Terrassa sobrevolando las cabezas de germanos y españoles se topó con la frente despejada de Pujol. La bestia empalmó aquella pelota y el tiempo se paró. Fue en ese preciso instante cuando todas las deudas quedaron ya salvadas y pagadas para siempre. La sangre de Luís Enrique fue recogida del césped. Salinas no falló… Camacho por fin eliminó el cerco de sudor en sus camisas.

Ya nadie nos debe nada. Ahora es España quién exige y toma lo que le corresponde. Seremos campeones del mundo, lo diga o no lo diga el pulpo.

Tras el gol, la cafetería parecía que se derrumbaba. Las tres alemanas nos contemplaban con cara de póker y resignadas. Noqueadas. Era el momento de soltarles un par de besos deportivos (sobre todo a la doble de Katy Perry). También apareció un tordo sudoroso, que se me abrazó como una lapa. Las niñas chillaban. Un mosto, dos hielos y un casco de limón recorrieron mi columna vertebral hasta alojarse entre los glúteos…vamos, ¡una bacanal!.

Comencé a mandar y recibir “sms” y a esperar como siempre el pitido final, aunque esta vez sin agobios, con la gran tranquilidad de ver a la selección dominando y controlando el partido desde el minuto uno hasta el noventa y cuatro. Gran lección de juego… aplastante calidad.

Mi sobrino de cuatro años me llamó desde Torrevieja para cantarme el himno entero de la Real Sociedad -txuri urdin- ¡en euskera!…¡una fiesta!

Antes de volver para la bimilenaria nos dimos una vuelta por el Paseo de Sarasate, que tan buenos ratos me recuerda. En el escenario del fondo, las cantantes de la orquesta de turno agitaban dos banderones de España. ¡Inaudito!. Luego dirán que el futbol no es importante. Que no es transcendente. Pero nada imprime tanta ilusión en tantos millones de personas al mismo tiempo. Une más esta selección con su juego que mil políticas de integración sesudamente meditadas por señores serios y trajeados que nunca verían un “infantil partido de futbol”. Yo en mi vida había visto tanto españolismo en Pamplona. Y además un españolismo del bueno, del que une, del que no excluye…del positivo. El que destaca el valor de la unidad en pos de un objetivo digno y trabajado. La selección encarna lo mejor del trabajo, de la amistad , la humildad, el respeto a los demás y de la unidad para conseguir un objetivo. Del trabajo en equipo. Lo mejor de un país.

El Domingo ganaremos la copa del mundo. No tengo ninguna duda. El mayor escollo ya lo superamos ayer. Y esa seguridad no es la bravuconada de siempre del españolito…nace de una cuidada meditación, de la observación. Si España juega como sabe ningún equipo en este planeta puede ganarnos. Y si perdemos…no pasa nada, la fiesta ya la hemos disfrutado.

Por la libertad de expresión.

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