Es sencillo de sentir pero complicado de explicar. Voy a hacer un esfuerzo y contar lo que nunca he contado sobre mi más inconfesable debilidad.
Es eso que deseas pero no te corresponde.
Un hermoso y exuberante tarro de dulce de leche que está al alcance de la mano, es para mí una tentación irresistible. Si no lo veo procuro no acordarme de él. Pero solo con intuir su metálica envoltura comienza la tentación…la tortura sicológica.
Fría, densa…cremosa y extremadamente dulce. Sabes que está a tu merced, deseando ser tuya. Que si la quieres recorrerá tu garganta y sentirás un placer insuperable. No debes probarla. No te conviene. Pero no puedes resistirlo.
Piensas que tal vez saboreando una sola cucharada tendrás suficiente. Te engañas, siempre pasa igual. Sientes la llamada del bote, sabes que está allí, en la cuarta balda de la nevera de mamá . Hundes la cuchara en esa maravillosa leche sólida y te acercas a la boca un pedazo. Entonces en tu cerebro se produce un cortocircuito y necesitas comer más, necesitas sentir tu boca llena, llenarte de ella y sigues… y no paras. Al final, cuando te has acabado el tarro comienzas a sentir una desazón en el estómago y a tu mente llegan otros momentos de hartazgo…gula de eso que tan irresistible y maravilloso se ha hecho para ti. Y te lamentas. Piensas en el exceso de azúcar en tu sangre, en las calorías ingeridas innecesariamente, en que no tendrías que habértelo comido entero, las consecuencias que pudiera acarrearte…en tu cintura. Y maldices ser tan débil, tan humano. Tan canalla. Y te propones firmemente no volver a caer…no volver a hundirte en otro tarro de leche. Y rezas porque el destino no vuelva a poner la tentación en tu camino. Que no lo veas siquiera. Que a una mala, para entonces hayas sido ya capaz de dominar tus propias debilidades.
Le echas la culpa mezquinamente a tu madre, la acusas de cebarte como a un lechón. Amenazas con no volver más por allí. Es fácil con la tripa recién llena hacerse el valiente. Pero vuelves con insoportable recurrencia al mismo punto de partida, a culpar al inocente de tu insoportable debilidad…a tropezar con la misma piedra.
Me encantan las cosas que huelen a leche.