Acabo de comerme una cuajada del valle de Ulzama, con mermelada de zarzamoras, recolectadas ayer mismo en las orillas de la Yasa de Murillo por mis tres hijas y, espectacularmente cocinada por quién todo lo hace bien… mi esposa. ¿Puede haber algo más estupendo que llevarse a la boca?.
Antes de irme a la cama, asomo la testa por la ventana y a mi derecha un corro de vecinas y un vecino charlan animadamente bajo la luz anaranjada de las luminarias del Casco Antiguo. Marí, Marina, Felipe y su esposa platican relajadamente. Sobre sus cabezas -pegadas a la pared- un grupo de salamanquesas se agazapan junto a las farolas al acecho de los muchos insectos que en septiembre arremolinan junto a las bombillas. Hay que llenar los buches en el ocaso del verano.
Mañana temprano – con un poquito de suerte- el olor a pimientos asados se colará por las ventanas de mi casa. Luis y Pili, o tal vez los vascos, serán los responsables. Cuando el olor a carbón vegetal -y a piquillo socarrado- me despierte, las cerraré como molesto, pero…en el fondo me encanta ese olor y, el septiembre en el que ya nadie ase pimientos lo echaré de menos. Será muy triste.
Hoy es un día fantástico para asar pimientos…si. Para coger a la familia y salir al Ebro a recolectar moras. Este es el último fin de semana antes de que se ablanden ya en exceso. La última oportunidad. También es un estupendo día para disfrutar de la calle de Pastores, de saludar a mis maduritas vecinas, antes de que falten…y las tenga que echar de menos.