Me quedo anonadado. Acabo de leer un artículo en “el economista.com” el cual justifica la caída en bolsa de las acciones de “Telecinco” por los rumores de que “La Esteban” se marcha a otra cadena. Tal vez a la cadena perpetúa, que es la condena que se ha ganado a pulso, tras once años de hablar de su hija y del padre de la misma.
Acongoja el poder de variación -en los mercados bursátiles- de esa chica. La noticia en sí misma, unida a la posibilidad de que pudiera ser cierta, nos da la pauta de la clase de país en el que vivimos. Un país de pandereta y Esteban. Es la nueva folklórica del siglo XXI. Un siglo en el que ya no hace falta ni saber cantar para ser folklórica, ni tener puñetera idea de presentar para ser presentador. Es el caso de su jefe.
Tal vez Telecinco esté bajando sus audiencias porque se ha convertido definitivamente en la casa de los horrores. Una cadena en la que sólo se habla de cuestiones personales de cuatro individuos e individuas, que pese a ser siempre los mismos, consiguen reinventarse y alargar sus extravagantes disputas como si de chicle “Boomer” se tratara. Saltan de programa en programa, como piojos visitando cabezas.
Si algo había de información, entretenimiento y humor mordaz en esa cadena, (por ejemplo el CQC, ) lo tiraron por el retrete. Sólo queda ya morralla, carnaza de la que tanto gusta al público; aunque parece que cada día menos.
La última ocurrencia de la cadena es conectar con los difuntos en directo. El rizado del rizo.
Los informativos son cada día peores y más superficiales. Se han amarilleado. Inventan noticias de la nada. Hacen norma de lo anecdótico.
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Sigan viendo lo que de interesante pueda tener la ambigüedad sexual del “golosina” , la rancia paranoia maternal de Belén Esteban” o los excesos verbales del cocainómano de turno. Todo sea porque no baje el Ibex-35.