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¿Ollanta o Keiko?.

Llegué a las ocho de la mañana de aquel domingo a la estación (por llamarla de alguna manera) de donde partían los autobuses para Urubamba, en busca del Nevado Chicón; un 5.200 que se me iba a atragantar. La estación se camuflaba en una especie de corral interior, a pocas manzanas de la Plaza de Armas, junto a la Avenida de la Cultura.

El día comenzó a torcerse cuando aquella chica se me acercó para que le sacara su billete y, así no hacer la cola que se prolongaba en unas veinte personas a mi espalda. Accedí. Pero cuando ya me tocaba sacar los dos ticket, el señor de la taquilla me dijo que solo le quedaba uno para completar el autobús; giré la cabeza buscándola con la vista, pero la chica había desaparecido. Titubeé un segundo, que aprovechó el taquillero para gritar : ¿quién quiere uno suelto?. Un tipo lo pidió, lo pagó y, allí me quedé yo con mochila y cara de bobo.

No había pasado un minuto cuando apareció ella – estaba en el baño-. Tuvimos que esperar a que se llenara el siguiente autobús. En Cusco un autobús no parte hasta que no está repleto.

Nos sentamos juntos – ella en el lado de la ventana- y empezamos a charlar. Al intuir que yo era de España, comenzó el recurrente interrogatorio y acabamos hablando de política. Pensaba la cusqueña que Ollanta Humala no llegaría a pasar a la segunda ronda de las generales por la presidencia del Perú; se equivocaba. Ella apostaba por la hija de Fujimori…Keiko. Algo que me sorprendió, si bien la alternativa tampoco parecía muy digerible. Ollanta tiene un largo y variopinto historial. Desde luchar contra Sendero Luminoso, a protagonizar alzamientos militares, pasando por ser agregado militar internacional. Una caja de sorpresas. Ya perdió contra Alán García en 2006.

En frente Keiko, la hija del reconocido sinvergüenza Alberto Fujimori – “el chino” le llaman en Perú-, un cartel poco ilusionante. La chica me decía que había que elegir al que menos fuera a “corruptear”.

A la media hora de charla, el autobús estaba lleno y emprendimos la marcha hacia el Valle Sagrado de los Incas. En la primera curva cayó rendida sobre mi hombro (llevaba toda la noche del sábado de fiesta) y allí – sobre mí- descansó hasta la parada de Urubamba. La desperté y me despedí de ella, camino del Nevado Chicón.

Es una lástima que el que posiblemente sea uno de los países más excepcionales, variados y hermosos del planeta, tenga una clase política tan corrupta.

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Por cierto, no conseguí hacer cima en el Chicón, pero eso…para otra ocasión.

Por la libertad de expresión.

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