
Si es cierto que existe el placer en la tierra, ése es -sin duda- el que se experimenta sentado sobre el terciopelo rojo de las butacas del Palacio Real, escuchando una ópera. Nada puede compararse a esa sensación tan delicada.
Un placer privado – íntimo- y al mismo tiempo comunal. Sentirse abrazado por la suave voz de una soprano.Estremecido por la contundencia del tenor…Desgarrado por la profundidad del Barítono. Cerrar los ojos y degustar cada nota, cada giro. Notar como la piel se eriza, dotada de una autonomía a la que el cerebro ha dado licencia. Sentir la emoción engendrarse en el abdomen y partir hacia tu pecho; la respiración se vuelve pesada –mientras- un escalofrío se extiende por todo el cuerpo, entrando en un estado de receptividad absoluta. Se anuda la garganta y las lágrimas quieren aflorar. ¡Dios… Nada como la ópera! Nada.
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Bueno, ahora que lo pienso, él también me hizo estremecer, me puso la piel de gallina; no puedo recordar a ese hombre sin emocionarme …Fue un día como hoy. Un 7 de julio.
Llegó sin que nadie lo viera, – como aparecido de la nada- con su melena rizada zarandeándose de un lado al otro por el empuje de su musculado cuerpo. Hizo lo que tenía que hacer, lo que se esperaba de él.
Rojo como la sangre, se elevó hacia el cielo entre los hombres y, desde la altura, observo la esfera aproximarse. Giró el cuello con precisión y contundencia, haciendo estallar su cabeza contra ella. La melena abrazó el cuero y, aquella bola salió disparada; el mundo se paró, para ver como – a cámara lenta- acababa en el fondo de la red de Alemania.
Poco a poco, ese hombre descendió de los cielos a los que se había elevado. Regresó a la tierra mientras yo sentía como el corazón se me paraba.
Igual que con Alagna en “la bohême” o Domingo en “Tosca”, Pujol emocionó todo mi cuerpo.
Igual que en una ópera al cerrar los ojos, los cierro y puedo verlo allí… Parado en el aire esperando que la bola llegue a su cabeza…Majestuoso…Colosal. ¡Dios…Nada como el futbol! Nada.