Desde que abrí aquel mensaje en mi móvil supe que esta noche me iba a ser muy difícil dormir.
Estaba viendo “el Señor de los Anillos” -con mi primogénita en el regazo- y no escuché el pitido del infame sms hasta pasada la media noche; para entonces su alma habría abandonado la inocencia de su cuerpo.
En momentos como éste es donde una deidad -y su obligada fe- se pone a prueba. El primer impulso es maldecirle. Segundo, culparle. El tercero negarle y, por cuarto, disculparle.
¿Cómo puede maldecirse a quien nada decide?. Es Inútil culpar al irresponsable. Absurdo negar a quien no existe. Lógico disculpar al inocente.
He pasado a su lado esta noche, antes de irme a la cama. Allí está, bajo la escalera mirándome con sus ojos de miel y frío cristal. Me detengo y lo observo. Hace mucho que no hablamos; que no le hablo. Que mis labios no rozan sus mejillas.
En todo este tiempo ha pasado a ser una obra de arte. Una hermosa obra de arte inerte. Lo que siempre fue.
Esta noche tengo una pregunta para él… ¿A dónde van las almas de los niños cuando mueren?
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A las tres de la madrugada en mi balcón se nota “el frío al rostro” del mes de agosto. Mis hijas duermen en sus camas. Veo la luna menguar reflejada en el cristal de una ventana. El cielo está limpio y las estrellas brillan como si nada hubiera pasado en tan infame noche.
Siento la presencia de un murciélago que se me acerca a la cara varias veces. Está cazando insectos, describiendo anárquicos círculos en esta escena tenebrista. Se me eriza la piel por el frío y la desazón. Pienso en ellos…No puedo dejar de pensar en su dolor.
Desgarrarse. Romperse el alma por dentro. Sentir como tu cuerpo se desangra en la impotencia; no quisiera sentir nunca ese desgarro por la carne de mi carne. Pensar que todo es baldío, que no hay nada que se pueda hacer para frenarlo. Para volverlo hacia atrás. El vacío más desolador…Hueco que con nada se llena.
Si pudiera librarlos de su dolor; aunque solo fuera una parte pequeña…Sería para mí más que suficiente. Compartir esa tremenda carga de impotencia. En eso somos todos iguales; impotente el que conoce, impotente el que engendra y el que sufre…Impotente tú también, mientras me miras y señalas en el pecho tu corazón abrazado de espinas.
Ya no te guardo rencor, te lo juro. No seré yo el que cargue culpas a quien no tiene responsabilidad alguna. Ni para bien ni para mal.
Has hecho lo que podías…nada.