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Feli Alcalde

Cuando murió el Sr. Jacinto – su padre- no hacía mucho que también había fallecido su burro. Yo por aquel entonces tendría 5 ó 6 años. Le pregunté que si su padre había fallecido de similar manera que el burro. Muchos años después me lo seguía recordando a la mínima ocasión.
En la plaza de toros aprendí un millón de cosas. Me salieron allí los dientes y tomé contacto directo con los animales…Con los domésticos y también con ese animal espectacular que es el toro bravo.
Lo que más me gustaba era ver los toros desde el burladero de los corrales. A su nivel. De tú a tú. Caminar por el túnel de chiqueros. y también esconderme bajo los tendidos.
En ocasiones venía Rafael, el hijo de Vicente, a la sazón sobrino de Feli. Me pasaba algunos años pero éramos buenos amigos. No se perdía una sola corrida, ni yo tampoco. No por afición – en mi caso-, más bien por rutina. Tampoco ningún concierto…Alaska, Serrat, Manolo Escobar…Lo que fuera. Él también falleció, aunque de forma prematura. En la flor de la vida.

Para mis recuerdos de esa plaza de toros se quedan las abejas bebiendo en el abrevadero del patio de caballos, el olor a zotal de cuando retirábamos las camas de los conejos, las gallinas y aquel cerdo que cuando lo llevábamos al matadero – que estaba justo enfrente de la plaza- se nos escapó…Tuvimos que perseguirlo por toda la Valvanera hasta el solar del colegio Quintiliano ( que no existía) donde finalmente pudimos atarlo para reconducirlo a su final; no era otro que convertirse en chorizos, morcillas y salchichones que colgábamos a secar en el quirófano de la propia plaza, sí…Allí donde en agosto se operaba de urgencia a toreros como José Antonio Campuzano o el Juli, en invierno colgábamos a secar las morcillas…¡Qué tiempos!.

En la plaza  me enseñó mi madre  a andar en bicicleta…En el ruedo. Lo cual tiene un gran inconveniente, que luego te resulta complicado andar sin hacer círculos.
A trabajar también aprendí en la plaza, de manos de Feli. Por un bocadillo de media barra de pan hueco que ella me untaba de foigrás casero y rodajas de salchichón o chorizo…Según el día. Las mañanas de los veranos transcurrían con ella de patrona. Era rígida, estricta diría yo. Al mismo tiempo entrañable. Tenía un carácter mayúsculo.
Recuerdo una noche – era un sábado de hace treinta cinco años-, me levanté de la cama a la una de la madrugada sonámbulo. Salí de mi casa – un quinto piso en el número dieciséis de la Avenida de Valvanera- bajé a la calle. Entonces no estaba urbanizada, ni aceras tenía. Caminé hasta Bebricio y luego a la plaza de toros. Llamé al timbre varias veces hasta que apareció en la puerta Feli, en camisón. Casualmente esa misma noche ponían en la tele el festival de Eurovisión, que ella estaba viendo. Se encontró con un chiquillo de siete años en la puerta; descalzo y en calzoncillos a la una de la madrugada. Yo no sabía que hacía allí, ni como había llegado y ella debió quedarse alucinada. Recuerdo que me puso una gabardina suya sobre los hombros y me llevó a casa. Mis padres se quedaron muertos al verme aparecer.
Son tantas cosas las que me tocó vivir en esa plaza de toros, que hoy – cuando después de 90 años te marchas- quiero dedicarte un artículo. Allí donde quiera que estés.

Por la libertad de expresión.

Sobre el autor


octubre 2011
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