He de reconocer que entre estas tres bellezas descomunales lo tendría muy complicado a la hora de elegir. Aunque se me antoja que Megan Fox me traería muchos más problemas que la otras dos (de más abajo), así que puestos a evitarlos, va a ser ella la primera descartada.
Bromas a parte, mucho más complicada está la cosa para elegir entre las otras dos bellezas, la del Louvre y la del Prado.
Se están derrochando ríos de tinta patria alabando la belleza de la nueva Gioconda de Madrid. Una obra que hasta hace pocos años yacía en el olvido de la pinacoteca nacional (desde 1.666 nada más y nada menos), hasta que la han rescatado para someterla a un proceso de limpieza del que ha emergido con categoría de “acontecimiento artístico mundial”. No es para menos, porque aunque existan más de 70 copias -de calidad- de la famosa Gioconda, ésta de Madrid es superior a todas, ya que se ha demostrado con rayos “X” que bajo su capa pictórica visible, descansan idénticas rectificaciones y trazos a lápiz que bajo la del Museo del Louvre, lo cual es prueba irrefutable de que ambas fueron pintadas a la vez, en el mismo taller (el de Leonardo Da Vinci) y posiblemente incluso por el mismo maestro o bajo su directa supervisión.
Con estos datos en la mano, el amor patrio se ha disparado y muchos escritores, críticos, investigadores y expertos españoles, elucubran con la posibilidad de que la “Gioconda de Madrid”, sea la auténtica, la obra principal. Que fuera esa la obra que en su día se entregó a Francisco de Giocondo – con su joven esposa de 19 años como modelo- y que la que conserva el Louvre fuera una versión que no gustó tanto al cliente y quedó rechazada en el taller. De los muchos argumentos esgrimidos a favor de esta posibilidad, uno es ciertamente inquietante. Ambos retratos están pintados sobre tabla. En el caso de la de París sobre una tabla de madera de chopo y de nogal en el caso de la madrileña. Esto ya de por sí abre el justificado interrogante, porque lo más lógico sería pintar la obra definitiva (la que ha de entregarse al cliente) en un mejor y más digno soporte, tal es el caso del nogal, -que tanto hace 500 años como ahora mismo- es madera más noble,- mucho más cara- más resistente e infinitamente más estable ante las variaciones y tensiones físicas del paso de los tiempos. Un artista no plasmaría un encargo importante sobre un soporte mediocre.
Otro argumento no menos intrigante, es la descripción que Giorgio Vasari (primer biógrafo de Leonardo y coetáneo suyo) hace del cuadro de la Mona Lisa. En uno de los pasajes, Vasari se refiere a las cejas; dice de ellas que: “en las cejas se aprecia el modo en que los pelos salen de la carne, más o menos abundantes y, girados según los poros de la carne, no podían ser más reales” , pero resulta que en el retrato del Louvre la Gioconda no muestra señales de tener ni haber tenido cejas y sin embargo esa descripción le viene como anillo al dedo a la nuestra, lo que parece demostrar que Vasari pudo describir la obra (que ahora atesora el Prado) en su visita al taller de Leonardo, un día cualquiera entre 1505 y 1510…¡Ahí es nada!.
Pero dejando a una parte el pulso chovinista de saber si una o la otra fueron la obra definitiva y si la otra o la una fue el rechazo… Si Madrid o París, si el Louvre o el Prado…La verdad es que ambas son impresionantes , aunque la “Mona Lisa de Leonardo Da Vinci” solo es una y, está en París. Por muy bonita y relucida que la nuestra sea. No en vano, la mirada indescriptible de la “Mona Lisa” no ha perdido ni un ápice de su misterio por esta nueva competencia, ni su “craquelado extremo” flaquea ante la insultante perfección de su doble madrileña.
Leonardo decidió quedarse para sí a la Mona Lisa de París y la conservó hasta el momento de su muerte, en que según se cuenta en sus biografías, ésta pasó a manos de Salaí, su alumno predilecto (y posiblemente su pareja) . Por tanto queda fuera de toda duda que la obra era de su máximo agrado. Casi quinientos años más tarde, su belleza y su misterio – lejos de menguar- …Aumenta.