Cuando llueve en exceso, hace mucho calor, demasiado frío o se desborda un río, siempre aparece el paisano de turno, que ante el micrófono del reportero afirma: “ Es la mayor que recuerdo”…”En mi vida había visto”. Frases “multiusos”, que lo mismo sirven para inundaciones invernales o canículas veraniegas.
.
Ante los importantes aumentos (pero no excepcionales) de caudal que el Ebro ha protagonizado estos últimos días, también se ha escuchado un reproche recurrente en estos casos, que afirma que los cauces de los ríos están sucios…Con matas y gravas en los mismos. Es una opinión generalizada y tan errónea como sesgada, ya que el gran problema que las inundaciones de los ríos pueden provocar no reside en la falta o exceso de dragado del lecho, sino de una equivocada gestión de los cauces públicos.
Los ríos han sido confinados a estrechos límites, encorsetados entre murallas (caballones, motas, defensas o mazones). Unos muros construidos en época de estiaje, que en ocasiones no son capaces de contener la crecida que los grandes ríos experimentan cíclicamente.
Hemos usurpado el cauce del río y su zona natural de avenida, hasta confinarlo en un estrecho canal, que cuando transporta agua de forma abundante se desborda, anegando sus dominios arrebatados por nuestra codicia.
.
Son los ríos como aquella fulana del refrán español, que tras de puta tenía que poner la cama. No nos basta con roturar sus bosques naturales, poner en cultivo sus riberas o construir murallas en sus orillas. También queremos que cuando se desborden, la culpa sea de ellos por tener gravas en sus cauces.
Estos días baja el Ebro crecido, con sus escrituras de propiedad bajo el brazo, advirtiendo de que las riberas son suyas y, que se extienden hasta donde llegan sus aguas.