Muchas veces se habla de las propiedades curativas de las aguas marinas. Aunque no se aporten demasiadas pruebas de ello.
Se dice que si la sal, el yodo…el oleaje.
Las playas me fascinan, tanto vacías como atestadas de personas. Son lugares inigualables para estudiar la etología humana. En la comunidad playera coexisten diferentes taxones humanos, formaciones grupales gregarias e individuos solitarios o apareados.
Se podrían escribir cincuenta y siete artículos de otros cincuenta y siete modelos humanos de conducta en la playa, pero me voy a decantar por un grupo en concreto…las personas que sanan junto al mar de forma milagrosa.
En las playas a las que yo asisto, abundan las personas de edad media alta, vamos…avanzada. Y por ende también los niños. Ambos grupos coinciden en un aspecto fisiológico por todos conocido…la incontinencia urinaria.
Todos hemos padecido (sufrido) la imposibilidad de ver una película en el cine (de hora y media) sin que la niña – o el niño- se levante un par de veces a mear. Y que decir de esos viajes en los cuales, y cada hora, hay que parar para que mee el niño, el abuelo y la tía María.
Sin embargo esa incontinencia machacona…esa próstata en huelga, se arreglan por arte de magia en la playa. Horas y horas sobre la arena y nadie enfila el camino hacia el baño portátil. Ni los niños ni los ancianos…tampoco el resto de los humanos visitan el baño. Algo realmente sorprendente.
Siempre queda alguno al que el milagro lo deja de lado. Son los menos, los que cada par de horas se dirigen hacia el alejado baño y regresan al meollo de cuerpos tostados ante la completa indiferencia de sus congéneres.
Cientos…miles de personas que durante horas y horas aguantan sus vejigas con encomiable civismo.
.
El baño en la playa…sí, un placer de milagrosas propiedades curativas, de sal, yodo…y otras cosas.