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Pandemia

El mejor remedio contra la endogamia mental es viajar. Salir de tu corralito, intercambiar virus.

Relacionarte con otras gentes y conocer nuevas cosas, es fundamental para entender que no somos el ombligo del mundo…ni nuestra fuente es la más grande.

No hace falta irse muy lejos, aunque salir al extranjero – de vez en cuando- es fundamental.

Con este rollo de la gripe “A”-si eres un poco aprensivo- sales de tu casa acojonado.

Te acojonas al tocar la manilla de un urinario público, al apoyarte en la barandilla de la escalera mecánica, al ver a tus hijos relacionarse con otros chavales y sobretodo al contemplar a “la Trini” rodeada de periodistas haciendo preguntas idiotas que reciben respuestas igualmente absurdas.

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Hace unos días, y por buscadas casualidades de la vida, aterricé en Coyanza, una pequeña localidad a orillas del Esla, en la que afortunadamente estaban en fiestas.

Un pueblecito con menos de cinco mil habitantes, pero con un parque alucinante, castillo restaurado, carril bici, paseos…puentes dignos de Calatrava. Con un ambiente festero increíble, bares de copas muy bien preparados, dos discotecas… Actuaba Pignoise “de gratis” en la plaza del pueblo…me acordé de Calahorra.

En el recinto ferial – que era como tres campos de fútbol- el Ayuntamiento patrocinaba una sardinada popular. Cuadrillas de jóvenes de la localidad asaban las sardinas a cientos y según salían de las brasas se las iban ofreciendo al público que se arremolinaba alrededor. Al olor de las sardinas ( como Don Gato) nos acercamos a la marabunta. De pronto una chica me preguntó: ¿una sidriña?, al tiempo que desde el otro lado de la valla escanciaba sobre un gran vaso de plástico. Estiré el brazo y acepté aquella sidra fresquita que me bebí en un suspiro. Txema declinó el ofrecimiento. Nunca bebe alcohol. Al terminar aquel trago y sin tiempo casi para asimilarlo, la misma chica va y me pide el cubilete. Yo pensé: ¡Coño, que servicio…ya me va a poner otro!. Pero no, me pidió el vaso para llenarlo nuevamente y ofrecérselo a otra persona y a otra…. Como buen naturalista y observador del comportamiento animal, me quedé siguiendo la pista de aquel cáliz, que tras rozar mis impolutos labios se iban pasando de uno a otro…de otra a una. No sé cuantos bebieron del recipiente tras hacerlo yo…y lo que es peor, ¡tampoco cuantos lo hicieron antes!.

El caso es que no pillé la gripe “A”, pero me tocó en suerte un herpes labial, en la comisura izquierda, que se me está resistiendo.

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Al día siguiente – ya de vuelta a casa y notando el calentoncillo en el labio- llevé a la chavalería a visitar el Palacio del Príncipe de Viana, en Olite. Al salir de la visita, formamos a las criaturas en fila india y les rociamos las manos con el dichoso spray desinfectante que recomiendan para el colegio. Los niños lo tocan todo.

Con ellas bien “desinfectaditas” me las llevé a las barracas. Decidieron montarse en los hinchables. Les quité los zapatos, compré las fichas y dejé a las tres colocadas en la fila, esperando turno para entrar a la atracción.

Mientras las observaba desde un banco en la distancia, relajé la mirada en otros menesteres y al retornar a la vigilancia paterna una de ellas tenía la ficha en la boca, mientras la pequeña – vencida por el aburrimiento de la espera- directamente estaba chupando la barandilla del “tiovivo”. Pegué un chillo que no sirvió para que Jimena dejara de chupar el pasamano, pero sí para que los presentes se dieran cuanta de que allí había uno de Calahorra.

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Todavía no hemos pillado la nueva gripe…seguiremos intentándolo.

Por la libertad de expresión.

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