Cuando cruzábamos Casetas, el chivato que indica la temperatura del radiador comenzó a elevarse por encima de lo normal. En previsión de incidencias siempre viajaba con el kit de primeros auxilios; papel de aluminio, una botella de agua y el multiusos “superglu 3”. A la altura de las obras de la gran estación del AVE, en Zaragoza, por los laterales del capó de mi Renault espace comenzó a salir una densa fumata blanca, que solo podía anunciar dos cosas; o Juan Pablo II había fallecido, -y ya le habían buscado sustituto-…o se me acababa de reventar el motor. Afortunadamente ni lo uno ni lo otro. El agua del radiador parecía haberse evaporado. Lo rellené y esperamos en la cuneta media hora, hasta que aquello se templó. Cruzando el puente de la Almozara -ya en pleno centro- el coche comenzó nuevamente a calentarse. Era evidente que allí pasaba algo de importancia. A Dios gracias conseguimos llegar a la puerta del centro comercial “Gran casa”. Desembarqué a la tropa y aparqué la furgoneta en un parking. La grúa no tardó en aparecer y despedí al vehículo camino del taller de Andrés – y del moro-. El taxista del seguro aceptó pasar a recogernos a las 7 de la tarde, y aprovechamos para desfogar a las fierecillas por toda la gran superficie comercial. Como siempre sucede -cuando andas con prisa-, el taxista maño nos hizo esperar una hora – que se me hicieron tres- apartando cada diez segundos a las niñas de la puerta automática. Era 21 de diciembre de 2002, último sábado antes de navidad y como siempre –desde hacía 20 años- tenía una cena ineludible con mis excompañeros de la FP, electricistas, mecánicos, torneros…cuñados y apegados. Pero aquel lento taxista no quería pasar de 120 ni por una cesta de navidad….igual que el chofer de Emilio del Río. Llegamos a Calahorra a las 21:20, con tal suerte que por la calle Grande transitaban en dirección al Raso una manada de electricistas y demás. Le grité al taxista ¡altooooo!, me despedí de mi familia y me fundí con aquel rebaño de “treintañeros” camino de unos vinos. Cenábamos en la Taberna, como siempre. Tras machacar a mis aguerridos compañeros con una versión especial del chiste del trapecista, (era el 20º aniversario…y había que lucirse), nos encaminamos hacia la zona de pubs y allí… se difuminan mis recuerdos. . Llevaría un par de horas en la cama, cuando de sopetón mi esposa se abalanzó sobre mi cama chillando algo. Ahora no –le dije- ¡estoy roto!. Pero ella seguía chillando… ¡Nos ha tocado la lotería! No me lo creí, pero tanto insistía que me levanté y bajé al cuarto de estar. Me senté en la mesa, frente al televisor y conecté el teletexto. No sabía ni en que día estaba ni que era 22 de diciembre. En la mano tenía dos participaciones de la Cofradía de La Santa Veracuz…el 08103. Miraba la tele…miraba el número en mi mano y, repetía la operación como espantado. Me había tocado el gordo de navidad. Mientras, -en la televisión-, los niños de San Ildefonso repetían un extraño soniquete…mil euros, mil euros, mil euros. Pensé… ¡Coño, que mal suena esto con euros!, con lo bien que quedaba aquello de las… “ciento veinticinco miiiiiiiiiil, pesetas”.