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Jodiendo preguntadores

El otro día estábamos en lo alto de un cerro -mi compañero y yo- realizando un censo de avifauna, en una ciudad de cuyo nombre no me voy a acordar.

Pertrechados con nuestro telescopio terrestre y unos prismáticos, oteábamos sobre la localidad en busca de ciertas aves. De pronto, un paisano entrado en carnes, con poblado bigote, sombrero caló y churra pastoril, salió entre unas casas y comenzó a mirarnos de forma descarada. Se dio unos paseos de aquí para allá; parecía nervioso. Mi compañero me dijo: – “qué te juegas que el fulano ese, sube hasta aquí y nos pregunta qué hacemos”…”se pensará que vigilamos el tráfico de drogas”-.

Tras media docena de paseíllos, el fulano no pudo aguantar su curiosidad, se encaró ladera arriba y se vino hacia nosotros.

Seguíamos como si nada, sin hacerle aprecio. Se puso a nuestra altura y soltó la espera pregunta: ¿y que hacen por aquí estos hombres?. “ Pues jodiendo preguntadores”, -le contestó mi compañero-. El cabreo de aquel individuo fue monumental. Mascullando se volvió por donde había venido, eso sí, con la misma información con la que había subido. Ninguna.

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Ciertas personas tienen la desmedida afición de intentar conocer las acciones, conductas e intimidades de otras personas. Disfrutan conociendo y difundiendo chascarrillos -rumores e informaciones- que en ocasiones son inexactas y en la mayoría de los casos rotundamente falsas.

Este innato deseo de conocer…de saber lo que hace, piensa o padece el vecino, puede descansar en dos pilares. Por una parte será lo aburrido de algunas vidas, que ante tales carencias circunscriben su propia existencia a las de los demás. Terminan “traficando” con información personal. Por otra parte el deseo de “publicitar” -del que muchos hacen gala- a la hora de airear o desproteger su propia intimidad, escudándose en ese extraño confort –que nunca he experimentado, no entiendo ni comparto- del supuesto “descanso” que precede al confesionario.

Solo de esta forma se puede entender que rompa tanto rumor, o que la programación de muchas cadenas de TV gire alrededor de la privacidad de personas conocidas, que – en buena parte de las ocasiones- lo son no por sus méritos profesionales, si no por hablar y difundir sus circunstancia personales. Algo que interesa y mucho a la gente, a juzgar por las audiencias.

El visillo que aparentemente se aparta solo…la señora que se agazapa tras los geranios, han dado paso a un mercadeo local, regional y nacional…un tráfico de informaciones que corren como la pólvora, sin pararse a pensar si pueden o no responder a la realidad.

Cada día me llegan rumores distintos de personas a las que ni conozco. De asuntos que no me interesan lo más mínimo. Si fulano se acuesta con mengana…si el hijo de tal dejó preñada a la novia…. le han operado de almorranas….si la tal es lesbiana, o si anoche dicen que vieron a uno en un club de alterne.

Es la hora de “joder preguntadores”…de decir: “y a mí qué coño me importa”. De desconfiar de quienes se acerquen con ánimo recaudador. De aquellos que prestan “desinteresadamente” su hombro para que derrames en el tus lágrimas. Los siempre interesados y dispuestos a conocer las intimidades de tu propia vida.

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Mi abuela María, -mujer inteligente y con mucho bagaje- me decía un refrán que jamás olvido y cumplo siempre a rajatabla…”¿Me guardarás un secreto amigo?…mejor me lo guardas si no te lo digo”

Por la libertad de expresión.

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