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La mala vida

Todo empezó en la cena

Publicado en diario La Rioja el 27 diciembre de 2003

La Guardia Civil detiene a dos vecinos del pueblo de Laguna en plena Nochebuena, por los presuntos delitos de intento de homicidio

y malos tratos

Hacía frío, era diciembre y me dolía pasar la nochebuena solo, sin compañía. Aún me quedaba un amigo que me invitó a fugarme de la Navidad en su casa de la sierra, en Laguna de Cameros, pueblo gélido como monasterio cisterciense. En Laguna aguantan cuatro vecinos, así que me fui a pasar la Nochebuena del niño Jesús en tierras casi deshabitadas: mejor.

El cielo estaba cubierto, gris. La chimenea, crepitaba; sólo se oía ese concierto del fuego. La cena se sirvió a las nueve, y la cosa estuvo caliente desde los aperitivos.

Uno de los hermanos de mi anfitrión susurró al otro: “Padre sólo quiere vino y bacalao, así que andarse con ojo”. El padre de mi amigo se arrinconó con una cara de carnero degollado antes de degollar, una fachenda turbia de rencor profundo. Sus hijos le ignoraban aparentemente, pero se andaban con ojo. Un nietillo le servía vino al abuelo, sólo tinto, y le acercó una enorme tartera de bacalao con pimientos. El nieto le arrimó una barra de pan que el patriarca cortaba en rebanadas. Echaba unas miradas ladinas que daban miedo.

Atacamos los entremeses y nos ventilamos unos langostinos muy propios, y jamón serrano curado en casa. Entonces se oyó la voz de ultratumba del viejo: “Ese jamón que os estáis zampando lo ha cazado el anormal de tu padre.”

–Está muy bueno, no sabía que fuera de jabalí,–dije yo.

–Pues es de jabalí, y lo mató este menda de un solo tiro —tronó el progenitor.

Se iba derritiendo el hielo de una manera aterradora. El hijo menor, para cambiar de tercio dijo: “Ahora vamos a zamparnos un cardo exquisito que ha hecho madre”.

Y el padre soltó con muy malas intenciones: “Sí, hace muy bien el cardo, tu madre, lo que hace peor es educar a sus hijos. Cuando os mandó con los curas la jodió, mira por donde. Compárate tu con Bernardino, que echándoles a las vacas estará ahora, y no el oficio zascandil que lleváis vosotros en Logroño. El vago es lo que hacéis y ya no tenéis remedio. Unos tragones…”

A partir de esas frases tan educadas, se alborotó totalmente la conversación. Salió la madre de la cocina con el cardo basculando en la bandeja y poniendo perdido todo. El hijo aludido soltó un juramento, y el padre, con grandes voces, le dice, “¡Tu a mí no me hablas así, antes te mato!”. La perrita de casa, que la decían la Laly, se puso a aullar, temiéndose lo peor, y el padre tiró violentamente del servilletón con restos de bacalao, cogió el montante y se marchó fuera, al frío.

La cena se salió definitivamente de madre. O mejor dicho, de padre, que tras abandonar la casa donde nos encontrábamos regresó al poco armado con una escopeta de caza, “con la intención, según la acusación de la Guardia Civil, de atentar contra la vida de su hijo”. Ya lo creo que tenía la intención, como que apuntaba a diestro y siniestro y daba grandes voces llamando: “Sal, cabronazo, que te voy a dar yo cardo, y plomo”. Yo me escondí en la leñera, al verlo armado y en semejante estado de excitación.
No pudo disparar un tiro porque en la calle le esperaban sus otros hijos que, para evitar daños mayores le sujetaron los brazos y le quitaron la escopeta.

Después de tenerlo sujeto, los hijos le apaciguaron con severas razones, pero no le encerraron en la leñera que es el tratamiento que pedía a gritos. Momentáneamente y con la solicitud de su esposa la cosa se calmó, y la misma madre sacó nuevos manjares y sugirió a su marido que tentase algo de la cena. Negaba apetito y ni siquiera quiso del cabrito, afirmó que mucho mejor se iba a la cama a reposar, que se encontraba muy nervioso… Y tanto, como que volvió al rato, y del arsenal de armero que tenía cogió otra escopeta, ésta repetidora, y otra vez venga a sacudirnos con los tiros.

Avisamos a la Guardia Civil de urgencia, que estaba en la casa-cuartel de Nalda, en el quinto pino de lejos, y entonces sí que hicimos prisionero al tirador. Éramos superiores en número y le abordamos en cuanto oímos el primer tiro, que los disparaba avisando de la que nos esperaba. Nos costó sujetar a aquel furtivo de la caza filial.

Arrebatada la escopeta a pura fuerza bruta, conseguimos liarlo con una sábana de matrimonio y meterlo en la fresquera de la casa, lo más parecido a un calabozo con mirilla. El padre, JSU, preso en su casa, voceaba hasta desgañitarse y cuando los guardias lo libraron de sus ataduras todavía soltó algún guantazo al aire.

Las fuerzas de orden público, la autoridad, se hicieron cargo de la situación. Ellos anotaron en el atestado que “se recibió el aviso de que se oían disparos en Laguna”, una manera imprecisa de explicar la mascletá de tiros que había montado don J.S.U. También anotaron que “fue detenido por intento de homicidio en la persona de su hijo”.

La Benemérita escribió que “todo empezó durante la cena”. Y yo suscribo que las nochebuenas han hecho mucho daño a la familia cristiana. La gente se reúne con los nervios a flor de piel y unas ganas desaforadas de sacar los trapos sucios y si la tiene, la escopeta. Es cuestión de empapar la mala uva con vino.

Además de detenerlo, la Guardia Civil le decomisó las dos armas de fuego de caza usadas esa noche, junto con una tercera escopeta que el vecino poseía.

Tras prestar declaración, y mostrarse arrepentido, JSU quedó en libertad esa misma madrugada. Al cabo de unos días el escopetero y padre hubo de comparecer ante el juez de guardia para continuar las diligencias. Lo más previsible, según explicaban fuentes policiales, es que fuera puesto de nuevo en libertad. Por mi parte, declaro que la cena de Nochebuena en Laguna de Cameros me pareció entretenida pero arriesgada, me reafirmo en la opinión de que el personal en lugar de enterrar los viejos rencores los resucita en Navidad, y que tener escopetas cerca del comedor es siempre muy peligroso.

Memoria de los sucesos publicados en Diario La Rioja en los últimos siglos

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