y malos tratos
Hacía frío, era diciembre y me dolía pasar la nochebuena solo, sin compañía. Aún me quedaba un amigo que me invitó a fugarme de
El cielo estaba cubierto, gris. La chimenea, crepitaba; sólo se oía ese concierto del fuego. La cena se sirvió a las nueve, y la cosa estuvo caliente desde los aperitivos.
Uno de los hermanos de mi anfitrión susurró al otro: “Padre sólo quiere vino y bacalao, así que andarse con ojo”. El padre de mi amigo se arrinconó con una cara de carnero degollado antes de degollar, una fachenda turbia de rencor profundo. Sus hijos le ignoraban aparentemente, pero se andaban con ojo. Un nietillo le servía vino al abuelo, sólo tinto, y le acercó una enorme tartera de bacalao con pimientos. El nieto le arrimó una barra de pan que el patriarca cortaba en rebanadas. Echaba unas miradas ladinas que daban miedo.
Atacamos los entremeses y nos ventilamos unos langostinos muy propios, y jamón serrano curado en casa. Entonces se oyó la voz de ultratumba del viejo: “Ese jamón que os estáis zampando lo ha cazado el anormal de tu padre.”
–Está muy bueno, no sabía que fuera de jabalí,–dije yo.
–Pues es de jabalí, y lo mató este menda de un solo tiro —tronó el progenitor.
Se iba derritiendo el hielo de una manera aterradora. El hijo menor, para cambiar de tercio dijo: “Ahora vamos a zamparnos un cardo exquisito que ha hecho madre”.
Y el padre soltó con muy malas intenciones: “Sí, hace muy bien el cardo, tu madre, lo que hace peor es educar a sus hijos. Cuando os mandó con los curas la jodió, mira por donde. Compárate tu con Bernardino, que echándoles a las vacas estará ahora, y no el oficio zascandil que lleváis vosotros en Logroño. El vago es lo que hacéis y ya no tenéis remedio. Unos tragones…”
A partir de esas frases tan educadas, se alborotó totalmente la conversación. Salió la madre de la cocina con el cardo basculando en la bandeja y poniendo perdido todo. El hijo aludido soltó un juramento, y el padre, con grandes voces, le dice, “¡Tu a mí no me hablas así, antes te mato!”. La perrita de casa, que la decían
La cena se salió definitivamente de madre. O mejor dicho, de padre, que tras abandonar la casa donde nos encontrábamos regresó al poco armado con una escopeta de caza, “con la intención, según la acusación de
No pudo disparar un tiro porque en la calle le esperaban sus otros hijos que, para evitar daños mayores le sujetaron los brazos y le quitaron la escopeta.
Después de tenerlo sujeto, los hijos le apaciguaron con severas razones, pero no le encerraron en la leñera que es el tratamiento que pedía a gritos. Momentáneamente y con la solicitud de su esposa la cosa se calmó, y la misma madre sacó nuevos manjares y sugirió a su marido que tentase algo de la cena. Negaba apetito y ni siquiera quiso del cabrito, afirmó que mucho mejor se iba a la cama a reposar, que se encontraba muy nervioso… Y tanto, como que volvió al rato, y del arsenal de armero que tenía cogió otra escopeta, ésta repetidora, y otra vez venga a sacudirnos con los tiros.
Avisamos a
Arrebatada la escopeta a pura fuerza bruta, conseguimos liarlo con una sábana de matrimonio y meterlo en la fresquera de la casa, lo más parecido a un calabozo con mirilla. El padre, JSU, preso en su casa, voceaba hasta desgañitarse y cuando los guardias lo libraron de sus ataduras todavía soltó algún guantazo al aire.
Las fuerzas de orden público, la autoridad, se hicieron cargo de la situación. Ellos anotaron en el atestado que “se recibió el aviso de que se oían disparos en Laguna”, una manera imprecisa de explicar la mascletá de tiros que había montado don J.S.U. También anotaron que “fue detenido por intento de homicidio en la persona de su hijo”.
Además de detenerlo,
Tras prestar declaración, y mostrarse arrepentido, JSU quedó en libertad esa misma madrugada. Al cabo de unos días el escopetero y padre hubo de comparecer ante el juez de guardia para continuar las diligencias. Lo más previsible, según explicaban fuentes policiales, es que fuera puesto de nuevo en libertad. Por mi parte, declaro que la cena de Nochebuena en Laguna de Cameros me pareció entretenida pero arriesgada, me reafirmo en la opinión de que el personal en lugar de enterrar los viejos rencores los resucita en Navidad, y que tener escopetas cerca del comedor es siempre muy peligroso.