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El crimen de Anita

“El crimen de la Anita” fue crimen vulgar, sin imaginación ni cuidado, seguramente con violación incluida. Su cuerpo de mujer apareció acuchillado, maniatado y medio chumarrado: una chapuza de crimen, un asco.

El asesino llevaba un cuchillo oculto, un rencor oculto y un deseo carnal descubierto y desbordado. El tipejo desconocido se fue con la víctima y se hartó de matarle, puñalada en el corazón y otras cinco mortales de necesidad. Y todavía le anda buscando la policía incansable, al individuo tipejo.

Se llamaba Ana, Anita García, y era prostituta cuando tenía ocasión. Anita, con 51 años, estaba mayor pero continuaba con lo suyo. Se apostaba en “El Canarias”, un bar en la calle Viana, frente al Hospital Provincial, a ver si hacía algún cliente. “El Canarias” era un tugurio bastante sucio y deprimente, pero por allí andaba ella por si pasaba alguno, para poder hacer caja, dejándose ver. Y pasó uno. Un individuo de 35 años aproximadamente al volante de un coche. Anita charló con él un rato y se volvió al bar. Nada de particular, una conversación con un conocido o con un cliente o con un cliente conocido.

Hacia las diez y media de la noche Ana se iba a recoger a su casa después de una tarde expuesta al sol, al calor y a las miradas de cualquiera, como tantas tardes de trabajo y estío. Otro vehículo, que los testigos identificaron como un SEAT 127 de color blanco, estacionaba cerca la puerta del bar y que abordaba a la Anita. Se estableció una conversación de la que todos los presentes, fisgones distraídos, dedujeron que la mujer había conseguido un cliente y ella, ni corta ni perezosa, se subió al vehículo para viajar hasta lo discreto y que el varón le echase un polvo de pago. Noche cerrada y última vez que los presentes en la calle Viana vieron a Anita García viva.

Una dotación policial del 091 realizaba una patrulla rutinaria y alcanzaba el Polígono de Cantabria, que en aquellos años se encontraba en obras, en fase de urbanización. Uno de los agentes que viajaba en el coche observó, junto a una alcantarilla, un bulto que semejaba un maniquí. El policía se acercó y contempló con sorpresa el cuerpo muerto de una mujer con claros signos de violencia.


Cuando los forenses examinaron el cadáver dictaminaron que la mujer tenía cinco puñaladas producidas por objeto cortante, cuchillo o navaja. Una de las puñaladas le atravesó el ventrículo, produciéndole la muerte instantánea. Aunque esa fuese la causa de la muerte repentina, las otras cinco también eran mortales de necesidad, según afirmaciones de peritos forenses de 1979

El asesino, encubierto por la oscuridad de la noche, y al encontrarse en zona despoblada, se entretuvo en maniatarla con pequeñas cuerdas, y después, con la mujer ya muerta, intentó quemarla con paja y algunos papeles que encontró. Parece que el móvil del asesinato no fue el robo, pues Anita conservaba el dinero en el bolso y las discretas joyas que llevaba. Tal vez fue el crimen de un maníaco sexual, o acaso una venganza contra la mujer de vida airada.

Expuestas siempre a las más terribles de las crueldades, en la calle y a la obscura luz de la noche, ganan salarios de puterío hasta que se les cruza uno con cuchillo afilado y malísimas intenciones.

Han pasado 32 años y del asesino de Anita García Ulecia no se tienen noticias.

Memoria de los sucesos publicados en Diario La Rioja en los últimos siglos

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