Montaron en el coche de potencia inmensa y ruido terrible, encendieron la calefacción a tope, se metieron un buen trago de calefacción individual y se echaron por la pista abajo comentando el lance, tan contentos.
—Oye, Julianchu, y esto de la farola, un invento es, como lo del gasoil, la caza se viene sola.
—La luz, la luz que les atrae como el celo.
—La luz lo que tiene es que atrae también a otras alimañas, je, je.
No acababa de pronunciar esta frase y al fondo del barranco, donde discurre la carretera y el río, dos guardias civiles seguían la estela de luz de los faros en la noche, esperando en el cruce, justo en el cruce; a la caza y captura de los furtivos.
— ¡Alto a
—Joder Julián, los civiles, ¡para, para!
— ¡Mierda! Nos han cogido.
Y con toda la determinación de la inconsciencia el conductor hizo una brusca maniobra y tiró de nuevo monte arriba, hacia lo obscuro.
—Yo no paro, coño, que no paro—, decía Julián.
La pista forestal no estaba para rallys, los cazadores se habían empapado de güisquis y pronto cayeron en un enorme regato que discurría por la cuneta. El todo-terreno se clavó de morro y quedó rugiendo con una rueda trasera al aire.
—Ahora sí que la jodimos Julián.
— ¡Mierda, mierda y mierda!
Dos minutos después los beneméritos dan alcance a los furtivos y a cierta distancia observan su desgraciada posición, y preguntan.
— ¿Están ustedes bien?
— ¿De puta madre agente!—, contestó el vasco.
—Hagan el favor de bajar del vehículo despacito. Enséñenme su documentación, el DNI para empezar.
El otro guardia se aproximó con la linterna en la mano y asomó la cara al interior del coche; allí lo vio todo entero: al jabalí enorme muerto, el rifle, la escopeta, cartuchos, balas, el foco, el bate de béisbol y las botellas de White Label, una vacía, la otra medio llena.
—Señores míos, se les va a caer el culo.
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