Uno de los sucesos más espectaculares que la policía local ha protagonizado en lucha con delincuentes: tiros, rehenes, amenazas, gritos, vecinos corriendo y sobre todo el excepcional bombardeo con bombona de butano, nueva arma pesada utilizada sin avisar.
Diario
En la calle San Antón hay esbeltas dependientas con ajustadísimos pantalones y hay empobrecidos inmigrantes que se declaran incapaces de pagar la renta. Aquella tarde hacía calor en la calle San Antón, y las dependientas, esbeltas y acicaladas, cerraban las tiendas de ropa, pero el bochorno amenazaba tormenta y desató una disparatada lluvia de tiros.
El origen del suceso estuvo en la casera de la vivienda piso tercero del número 20, la mujer insistía en su pretensión de cobrar la mensualidad a sus inquilinos, pero parece que a uno de ellos no le gustaron las formas de la dueña y como no le petaba pagar se organizó la discusión, con voces y griterío. Una vecina servicial y voluntaria, ante el cariz que tomaba la disputa, alertó a
A partir de ese momento se desencadenan los hechos a una velocidad tan vertiginosa y peliculera que los numerosos curiosos que paseaban por la zona comercial no logran aclararse de lo qué coño sucede. La mayoría se tira al suelo o huye cobardemente del escenario del tiroteo: la selecta calle San Antón.
Pero la estrategia la tenían los polis muy bien memorizada, mientras algunos intentan distraer al agresor, dos de sus compañeros suben por la escalera hasta el tercer piso, el inmigrante e inquilino furibundo aparece en el descansillo armado con dos-cuchillos-de-cocina-dos. Uno de los agentes, que habían subido pistola en mano, dispara al individuo y cree que le ha acertado, y lo da por abatido, una conclusión totalmente precipitada, pues décimas de segundos después el furiosos inquilino, moroso, inmigrante y moro se incorpora como un auténtico energúmeno y arrolla a los dos integrantes de la patrulla policial, que ruedan por las escaleras. El agresor, que tenía unos reflejos de pantera, blandiendo uno de los cuchillos logra hacerse con la pistola de uno de los agentes y con ambas armas en sus manos persigue escaleras abajo a los polis. Una vez en la calle, mientras varios efectivos policiales intentan poner a cubierto a los numerosos testigos, el moro feroz y ahora pistolero comienza a disparar con la pistola robada a los policías, que repelen la agresión con sus armas reglamentarias.
Las balas volaban por el escaparate de Zara, la gente estaba aterrada pues los disparos a veces daban en el blanco, quiero decir en el cuerpo del agresor, pero otras veces iban a morir, las balas, en las fachadas de honorables comercios o en la carrocería de vehículos aparcados correctamente. Finalmente algunos polis se sujetan el pulso, apuntan serenos y le meten hasta seis proyectiles de bala en el cuerpo del que llamábamos inquilino furioso, y ahora es delincuente acribillado, aunque como los de la local no dispararon a matar el herido no tuvo afectado ningún órgano vital.
La “la batalla de San Antón” concluyó con el agresor herido e ingresado en