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La muerte a cuchillo

Ciriaco Fernández mata a cuchilladas y trabucazos a cinco personas

Día 29 de junio de 1885

En el valle de Ocón, al pie de la sierra de la Hez, se alzan una docena de pueblos y aldeas de labradores y pastores, gentes sencillas que se desloman con las labores de labranza y el pastoreo. El día 29 de junio de 1885 ocurrió el más horroroso de los crímenes sucedido en el siglo XIX en la provincia: muertes, una tras otra, a puñaladas y trabucazos.

Eran vecinos del pueblo de Pipaona Manuel Burgos y su hija Blasa, que era moza y soltera. Matías Fernandez y su hijo Babil eran también del valle, de Los Molinos de Ocón, ambos pueblos muy próximos. Manuel Burgos había tenido dos hijas, una de ellas fue novia de Babil, pero murió de enfermedad natural. La otra joven, Blasa, era novia de Ciriaco, un joven amigo verdadero de Babil. Pero el tal Ciriaco fue urdiendo la sospecha de que su amigo Babil era bien mirado por su novia, quedándose él desbancado, y que finalmente Blasa Burgos se entendería con Babil. Al verse despreciado resolvió l vengarse. Aprovecharía la feria de Aldealobos, donde acudían todos, para cumplir su venganza…

La feria de Aldealobos de Ocón, se celebraba el día de San Pedro, metidos ya en los calores del verano los vecinos acudían a proveerse de herramientas para la siega, y a festejar con sus vecinas y vecinos de los pueblos de la comarca. Había música, baile, trago y diversión.

Ciriaco Fernández asistió a la feria de Aldealobos con la hiel de los celos en el alma y la intención de comprobar la sospecha que le atormentaba: su novia, Blasa, se entendía con su amigo Babil y a cada gesto, a cada mirada de la muchacha medraban la malicia y las malísimas intenciones de Ciriaco, que herbía en deseos de escarmentar a Babil que, en efecto, gustaba de su hembra, o sea su novia, y ella no le rechazaba como debía.

Al atardecer, cuando se iniciaba el baile, vio a Blasa con Babil y ahí se le alteraron los nervios y le vino una tan fuerte excitación que se determinó a concluir su propósito. Se fue Ciriaco del baile, y sin que nadie lo viera se ocultó tras unos juncos cerca del camino por donde había de pasar su rival de regreso a su casa. La tarde avanzaba, la feria concluía y cada cual retornaba a su pueblo. Blasa y otras cuatro amigas marchan con presteza, pero no habían llegado al lugar donde Ciriaco estaba emboscado cuando les salió al paso como una hiena. Agarró a Blasa del brazo, y dijo a las demás que siguieran delante, que “la Blasa” se quedaba con él, que la iba a dar unas lecciones de fidelidad verdadera. Las demás chicas huyeron y dieron la alarma.

La moza apresada, que sabía cómo las gastaba su novio, trató de gritar, de desasirse, y a grandes voces decía: “¡Qué te he hecho yo, no me mates”. Sin titubear, rápido como una fiera, sacó Ciriaco una navaja enorme y le asestó docena y media de puñaladas sin darle respiro. En ello estaba cuando oyó gente que venía, se aprestó a la defensa, porque llegaba su rival, Babil, que además estaba apercibido y traía un arma, un viejo trabuco y le disparó un trabucazo a lo loco nada más verlo, pero sin tino ni dirección, que no llegó a herir al Ciriaco. Éste se abalanzó sobre Babil blandiendo el cuchillo y lo ensartó con una puñalada en el pecho que lo levantó del suelo, después lo remató con otras ocho navajazos por todo el cuerpo, hasta dejarlo tendido en tierra y sangrando por tantos ojales.

Regresaba a su pueblo, Matías, padre de Babil, con otros aldeanos amigos, cuando oyeron los gritos y acudieron en socorro de los heridos, pero apenas se toparon con el terrible espectáculo se vieron acometidos por el furibundo Ciriaco, que les disparó un tiro como recibimiento y bienvenida, y el pobre Matías rodó por tierra, a continuación se abalanzó sobre él y le aplicó la terapia mortal de coserlo a golpes de blanca, en lo que era diestro, y allí exhaló el alma en bueno de Matías.

Manuel Burgos y otro amigo, Agustín Garrido, que se encontraban en la feria de Aldealobos por una coincidencia, se toparon con la muerte de forma casual, pues la parca rondaba cerca de Ciriaco, que regalaba navajazos de muerte para todos.

Agustín era juez municipal del pueblo de Santa Eulalia, y al tener noticias del suceso se vio en la obligación de intermediar y poner paz. Se fue presto a donde estaba Blasa y otros muertos, pero cual no sería su sorpresa al toparse de frente con el feroz Ciriaco, que deambulaba como una hiena, cuchillo en mano. Sin mediar palabra se acerca a Manuel Burgos y le tira una cuchillada, una solo, que lo raja por medio, echándole las tripas al suelo, y allí lo deja cadáver. Su compañero apretó a correr temiéndose ser el próximo difunto.

Ciriaco daba vueltas por el pueblo con una ira demoníaca, se golpeaba los brazos y hasta se metía la navaja en el cuerpo, sangrando como un ecce homo.

El terror se apoderó de la aldea, todas las puertas se cierran, los vecinos se ocultan en lo más profundo de los graneros y cogen palos o herramientas para defenderse del lobo feroz que merodea.

Cuando al fin llega la autoridad, el alcalde con un grada, le da el “quién vive”, a lo que Ciriaco responde: “Cinco vivían y ahora están muertos, contigo serán seis”, y allá le suelta un tiro apuntándole a la cara. Tuvo fortuna este guarda que la bala sólo le rozó el sombrero y él y todos los que con él acudieron huyen despavoridos. Ciriaco solo queda, se ve desesperado, le domina la fatiga y el horror, todo está concluido y nada le queda por hacer, se desmorona, siente un horror enorme en su conciencia y arrimándose el arma a la boca se dispara un tiro que esparce sus restos por tierra.

Y cuando la sangre aún no está coagulada, ni levantados los cadáveres, corre de boca en boca el suceso horroroso. Como el tañer de una campana solemne, triste, la noticia llega a los pueblos, a las aldeas de todo el valle. Y en todo el valle de Ocón, que es el pie de monte de la sierra de La Hez, una niebla espesa ensombrece las vidas de los vecinos: la muerte quita el deseo al varón y atemoriza a las hembras. Las parroquias rebosan de campesinos que desmenuzan el rosario arrodillados: ora pro nobis, ora pro nobis.

Canción de ciego

“La muerte a cuchillo. Horroroso y sangriento drama ocurrido entre Los Molinos y Pipaona de Ocón. Provincia de Logroño, el día 29 de junio de 1885”

Fragmentos del romance de ciego aparecido durante los trabajos de organización del Fondo Documental del Ayuntamiento de Ocón, romance escrito a máquina en tinta negra y en tres folios sueltos. Se ha investigado la realidad de los personajes y de los hechos y aparecen en la documentación del Fondo Judicial. Se ha comprobado que

Atención noble auditoio,

temblad y tened paciencia

para que oigáis referir

La narración más tremenda

Que han registrado los tiempos

Ni las historias dan cuentan…

Hay en el Valle de Ocón

Algunos pueblos y aldeas,

Entre ellas está Aldealobos,

Que treinta vecinos cuenta.

En el día de San Pedro,

hay una pequeña feria

donde van a divertirse

los de la comarca entera,

y a proveerse también

de objetos para la siega.

Este día no faltó

Aquel hombre semifiera,

Aquel Ciriaco Fernández

Que de Pipaona era.

Pero vamos al asunto,

Vamos a entrar en materia

Y Ciriaco solo queda

Pero él ya desesperado

Puso el arma de manera

Que el tiro diera en la sien

Y que con él concluyera

Así concluyó el perverso

Y su venganza está hecha

Matando cinco infelices

Sin que motivo le dieran

Oh padres que tenéis hijos,

Memoria de los sucesos publicados en Diario La Rioja en los últimos siglos

Sobre el autor


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