Atraco al más puro estilo del Oeste en Arenzana de Abajo
Los atracadores se comportaron como cuatreros de Arizona. En primer lugar cortaron los hilos del teléfono, luego, escopetas en mano, amedrentaron a los vecinos por el procedimiento de disparar a todo lo que se menea, y en la huida se adornaron con tiros y gritos salvajes, montaron en sus carros, por cierto también robados, y emprendieron la huida con una euforia desproporcionada al botín que consiguieron: 300.000 pelas. En Arenzana de Abajo, cuando pudieron expresar su opinión a los reporteros, los lugareños gritaban “¡Qué noche, esto es América!”
Pasadas las cuatro de la madrugada en el pueblo de Arenzana de Abajo reina un silencio de sepulcro envuelto en una obscuridad de tumba, y a esa hora tan sosegada fue cuando se presentaron los forajidos de leyenda. Decididos a todo, guiaron sus coches a las instalaciones de Bodegas Francisco García, destrozaron las cerraduras con el más puro estilo vándalo y se apoderan de las herramientas que utilizarían para el ulterior atraco.
Al grito de “¡qué bestias somos!” y provistos de pico, puntero y un hacha de dos manos derriban a hachazos la puerta de
Los atracadores se han distribuido estratégicamente por las bocacalles que dan a la plaza, y cuando la escandalosa alarma de la caja de ahorros se dispara ellos se animan a disparar sus armas también, en una traca peliculera. Los lugareños que se asoman a la ventana deciden echar cuerpo a tierra ante el riesgo cierto de que una bala coincida con su cabeza. A una vecina que se asomó muy naturalmente a fisgar le descerrajaron un tiro muy cerca del marco de su ventana. Germán Domingo Torres el encargado de
Los forajidos de leyenda aterraron a los vecinos del indefenso pueblo, pero no a todos, siempre hay algún valiente, algún trasnochador: Ricardo Marín, de 47 años, de profesión labrador, había madrugado para acudir a sus labores agrícolas, había madrugado mucho, un madrugón auténtico; su mujer ya se lo decía: “Ricardo, madrugas demasiado”, y efectivamente, los atracadores apenas vieron a esa sombra furtiva deslizarse por la calleja le metieron un tiro de postas en las piernas sin darle el alto ni preguntarle el santo y seña. Ricardo Martín se desplomó, y muy luego fue trasladado a
“Estaban apostados en las esquinas, y desde ellas disparaban, La distancia le ha salvado a Ricardo, si llega a estar más cerca le hubieran alcanzado en la cabeza o en el vientre. Las postas, por su peso, perdieron fuerza y altura con la distancia, eso le ha salvado”, afirmaba categórico un vecino y cazador experto.
Una vez con el botín en sus alforjas los atracadores montaron en sus estruendosos vehículos, pero antes se aplicaron en rajar los neumáticos de los coches aparcados en la calle: el de la médica, el del mecánico del pueblo… Con estas previsiones dieron rienda suelta a su contento pegando tiros al aire y dando voces. Un anciano testigo de la francachela decía a los periodistas: “Lo que hay que ver… y lo que veremos aún”.