Juicio contra una mujer colombiana que contrajo matrimonio por conveniencia. La treintañera casó con un octogenario para cobrar la pensión de su anciano esposo.
Diario
Tenía la piel de cobre, y la carita morena, con los modales suaves y el habla mansa, que no hay en el mundo mujer tan dulce como la colombiana. Su víctima era un hombre viejo, pero hombre, que soñaba como los hombres sueñan en las madrugadas.
En noviembre de 2009 el anciano y su cuidadora, de 34 años (51 más joven) contrajeron matrimonio por lo discreto, o sea que los sobrinos del abuelete, residentes en otra comunidad autónoma, no se enteraron de la boda, que fue una boda con perfume del Caribe y un poco de caspa descuidada en la americana del viejo. Para los familiares, y herederos, su tío seguía siendo viudo y la joven colombiana, su cuidadora, su criada doméstica interna sin domesticar.
Tras el casamiento ni tan siquiera hubo luna de miel. Un par de semanas después de la boda la chica de piel de miel se volvió a Colombia, su patria, donde permaneció más de dos meses mientras el octogenario la esperaba en su casa sentado y solo.
La joven esposa se ocupaba desde el Caribe de la “economía” doméstica. y mes a mes, sacaba de la cartilla de ahorros del octogenario la pensión y el dinero proveniente de una hipoteca inversa que el hombre había suscrito.
En mayo de 2010 el burlado esposo cayó enfermó y sus familiares se hicieron cargo de él y se lo llevaron a otra ciudad. En vista de que la enfermedad podía ser larga, dieron de baja el agua y la luz de la vivienda de su tío y así el piso, teóricamente, quedó vacío y sin gastos. Sin embargo, a los pocos días, un vecino alertó a la familia del vejete de que la lavadora estaba encendida, y de que la luz había vuelto al piso y había ruidos. Una persona del servicio de aguas fue a comprobar la situación y encontró a la joven esposa a los mandos de los electrodomésticos como un ama de casa aplicada. Tras conocer la situación, la familia puso en marcha los recursos legales para lograr la separación. Echaron mano de listísimos abogados que pronto pusieron las cosas en su sitio: a la colombiana en la calle y a la herencia a buen recaudo.
Entró en su vida como su cuidadora, la mujer que debía velar por la salud de un hombre viudo y octogenario, entró en su vida como un vendaval de aire tórrido y embriagador, pero la borrachera de cariño otoñal se tornó engaño, una vileza en el último recodo de la vida.
Tras las denuncias y otras diligencias la mujer abandonó el domicilio después de pasar ante el juez. «Espero que nadie caiga en un error como éste», señalaba el magistrado Tras el juicio, el viejo chocho, frustrado y perplejo, empeoró de lo suyo.