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El crimen de Gutur

“En la noche del 23 al 24 del pasado mes de septiembre se cometió un horrendo crimen en el poblado apartado de Gutur, aldea de Aguilar del Río Alhama, en la provincia de Logroño. Un individuo llamado Marcelino Jimeno Lavilla entró en la habitación donde dormía su madrastra, Jenara González, y su hermana Pilar Jimeno y las acometió bárbaramente.”
Este es uno de los crímenes más alevosos en la comarca del Alhama: el “crimen de Gutur”. Madrastra y hermana fueron asesinadas por el expeditivo sistema de meterles plomo en el cerebro mientras dormían plácidamente. Del sueño corporal al sueño eterno. Además, el muchacho le sacudió una tremenda paliza, mortal de necesidad, a su herma menor, porque no la chica no terminó de morirse con la ración de balazos.
El móvil de semejantes actos fue la ambición de Marcelino, que quería la herencia de su padre, “Juaneras”, para el solo. La investigación se complicó con el descubrimiento de un cómplice necesario, el padre de la novia de Marcelino, Manuel Soria, conocido como “El Melenas”. Dadas las escasas luces de Marcelino, y la minuciosa estrategia con que se planearon los crímenes, el juez llegó a la conclusión de que alguien había colaborado con Marcelino, y le había inducido. El cómplice se demostró que era “El Melenas”.

Gutur es lugar inhóspito; el viento se pasea por la soledad de corrales y matojos. Hace casi cien años, nuestro corresponsal en Cervera del Río Alhama escribía en el periódico:
“La bestia humana, indefinido estigma de un ancestral salvajismo, ha rugido zarpeando en estos terrenos. Ha sido en tierras de Aguilar. Distante poco tiempo del citado pueblo hay un término conocido por Gutur, sitio donde entre labrantíos viven unas desperdigadas familias. Una de las más acomodadas ha sido quien sintió el arañazo de la criminalidad: la familia del “Juaneras”. El apodo venía del jefe de la pequeña comunidad que a fuerza de sudores y desvelos había logrado para ella una posición desahogada, verdaderamente de “rico” en su clase.
“Juaneras”, o Juan Jiménez, según su propio nombre, falleció hace poco tiempo a consecuencia de un cáncer de estómago. Tenía dos hijos, varón y hembra, fruto de su primer matrimonio.  “Juaneras” estaba casado en segundas nupcias con una tal  Jenara Lavilla, (tras la muerte de su primera esposa). Al abrigo del calor de la madrastra crecieron los engendros (sic) hasta su actual edad: edad de mujer casadera ella y de hombre casadero él. Y en esa edad  y bajo los auspicios de la madrastra-madre, ha acaecido el hecho incivil.

Visita del juez Abentín y el Corresponsal de Diario La Rioja al lugar del crimen:
“A las ocho de la mañana montamos a caballo, después de hora y media de áspero camino llegamos a la casa. Solitaria, con un silencio que envuelve una callada tristeza. Nos detuvimos junto a un grupo de construcciones de un piso con pocas ventanas y rodeadas de un muro de piedra.”
Los aperos estaban cubiertos de silencio, una carretilla, azadones, horcajos amontonados junto a la tapia de los corrales, donde balaban lastimeras las ovejas de un rebaño que llevaba dos días sin salir a pastar, sin comer. Una gata escuálida mayaba incesantemente mientras se lamía sus mamas secas, junto a ella, dos gatitos que apenas se movían.
La casa estaba adosada a la penuria, muros de adobe y sillarejo. Una granja que producía tristeza y trabajo esclavo, que “Juaneras” había abrazado con fervor”.
Entramos en la casa y subimos hasta la alcoba, una habitación sobria con una cama alta de hierro y latón. El profundo colchón de lana y las sábanas tenían un enorme manchón negro de sangre coagulada. En el testero de la pared la cal blanca estaba salpicada de sangre. Un arcón junto a la pared y una silla con ropa. Todo está en silencio, a lo lejos un gallo expresa su desconcierto encerrado en el gallinero. Los animales de la finca, sin su diario alimento, son víctimas todos del terrible suceso”.

El hijo del pastor
Tenía los catorce cumplidos y mi padre me dejaba al cuidado del rebaño, en la casa, en un pajar alto que teníamos. Antes de echarles a las ovejas me sentaba en un poyo de madera que dominaba el barranco. Ella, Pilarín, tendría unos 15 años, y subía con el cabás la cuesta hacia su casa. El burro lo ataba mi padre siempre bajo una higuera viejísima. El caso es que el animal, por lo que fuese, se empalmó de manera tremenda, y ella, la Pilar, que no sería la primera vez que veía a un macho de esa manera, se quedó mirando y mirando pasmada, y como yo estaba cerca pues la miré a ella también, y al animal, y la dije: “Menuda herramienta. ¿Eh?” Y la chica bajó la cabeza y salió corriendo al patio, por donde se entraba en lo suyo, a la cocina de su casa.
Yo aquella noche entre las pajas del establo estuve pensando en la señorita Pilar, que me daba placer, como al burro.
Al día siguiente ella subía lo mismo, con el cabás, que venía de dar lección en la escuela, y el burro no estaba, pero ella se me arrimó y sin ton ni son me dijo: “Dame un beso grande”, así, sin avisar, “dame un beso”, como ordenándomelo, y yo se lo dí,… y ella consintió.
El día que la mataron yo no estaba en la casa, mi padre me había mandado a pelarme a Aguilar, y tuve suerte, lo mismo me pegan a mí también un tiro.
Por la Pilar lo siento de veras, la muerte que la dieron. Y a la Jenara, aunque el ama ya era otra cosa, pero Pilarín fue buena conmigo y además lo del beso, que no se me olvida.
Después de aquella primera vez, se desató el verano de calores y ya no volvió por ese sendero a esa misma hora, y me dejó trascordado con el recuerdo.
Anduvimos muchos días y meses sin saludarnos, como si hubiésemos hecho algo malo, y poco después supe que la querían casar con  un mozo de Aguilar, de labranza, y pensé: “Esa burra es para otro potro” y me olvidé de todo. Ahora la echo en falta cuando voy por Gutur, y me acuerdo de todo.

El pastor Pablo González, “El Lepra”
El que negaba haber visto y oído nada, pastor de la hacienda “Juaneras”, termina oyendo y viendo lo suficiente… y declarando la verdad.
“Eran las doce y media de la noche. Yo dormía en el pajar, habiéndome quedado al frente del ganado, porque el hijo bajó a Aguilar a pelarse, a cortarse el pelo… No conocí más que a uno… ese uno era el hijo de mi dueña. A poco, oí cuatro tiros… Después mucho silencio. Mucho silencio que yo no rompí en mi escondrijo… tenía mucho miedo. A la mañana, cuando había clareado el sol, me moví de donde había estado arrebujado, y acudí al cuartel de Aguilar y conté lo que había visto y oído. Luego subí con los guardias hasta las Juaneras y lo vieron todo”.

Marcelino
Mi padre era el único en el mundo que me ha querido.  Mi padre, que todo el mundo le decía “Juaneras”, llevaba fama de trabajador, y lo era, pero lo mató el estómago, que dejó de digerirle las comidas. Mi padre vivía para los quehaceres de la hacienda, y lo mismo labraba, que podaba, que te hacía una zanja, que levantaba un pajar, sin darse descanso. ¡Cómo trabajó! Yo creo que del nervio que tenía le vino la enfermedad. Tenía dolores en el estómago todas las mañanas, y desde hace mucho tiempo. Igual desde que la Jenara le hacía las comidas, que me decía en secreto, mi padre, que no se las ponía buenas. Le alcanzó el mal tanto que solo tomaba vino hervido con sopas de pan. Y lo vomitaba muchos días. Tomó asco de todo.
Cuando murió madre yo tendría nueve o diez años y mi hermana sólo ocho. Y mi padre enseguida se quiso casar porque a Jenara la conocía de siempre, que fue vecina en Gutur, aunque ella se fue a  vivir a Cervera. Una mañana de domingo, mi padre se bajó a Cervera con toda la determinación  y sin avisar le propuso a Jenara el matrimonio. A los diez días se casaron. Yo fui a la boda, que la hizo don Ezequiel, el cura, en Aguilar, y después fuimos todos a desayunar chocolate con picatostes y enseguida mi padre dijo: “Hala, a trabajar, que tenemos que podar los olivos, y cada uno a su labor”. Jenara no dijo nada, pero en casa le esperaba una colada de órdago y cocinar, y limpiar a los animales. A mí me dijo padre, “Y tú a la escuela, a aprender”, y me quedé en Aguilar, con la regla de tres. A Pilarín no la dejaron asistir a la boda.
Mientras vivió mi padre en Juaneras era  un no parar, desde el amanecer a la noche, a vueltas con la labranza y los El asesino, Marcelinoanimales… un no parar. Así que cuando murió padre, el descansó y descansamos todos. Jenara, entonces, se hizo el ama de todo, hasta que la maté, que en paz descanse.
“Yo de siempre había querido ser tratante de ganado, y no me gustaba madrugar, ni estar todo el santo día en el campo, esclavo de la tierra, en Gutur. Me gustaba alternar con los amigos, y si podía, con mujeres, que me gustaban mucho.
“Una vez regresaba de la feria con dos duros, había vendido todo el ganado que llevaba y el dinero me lo había gastado. Nunca había hecho eso, pero me volví loco cuando la Encarnita me dejó tocarle las tetas, solo por encima del delantal, pero se la palpé a gusto. Por eso en la feria no estaba a lo que estaba, y vendí todo a lo primero que me pagaron y cogí el dinero del trato para apresurarme a la casa de Encarnita, y con ella estuve y la pagué por ello. Y así fue. Cuando volví  a casa mi madre por poco me mata, que me había gastado los dineros del trato”.

Declaración: “En este calabozo  hace un silencio obscuro, nadie te acompaña para que confieses o te desahogues, aquí estás tan solo que hasta confesarías la verdad a cualquiera por tener compañía.”
“Cuando tuve que rematar a la Pilar con “la amuga de la basta” me dio mucho furor. Cuando caía el golpe en blando me parecía que vareaba la lana de un colchón, saltaba la sangre y más me enfurecía.”
“Me dio rabia que chillara y más palos la fui atizando hasta que se estuvo quieta y callada. Pilar era mi hermana pero yo no me hacía con ella, porque daba siempre la razón a madre, y Jenara no me entendía… Cuando marchamos, dejamos las paredes de la habitación todas ensangrentadas y las ropas las quemamos en el horno de la casa.
Nunca creí que fuese a matarlas así. Te pones a matar y te enardeces, es cierto.”

 

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