Con la emoción de haber visto a las ballenas y los leones marinos todavía a flor de piel, en la segunda jornada nos esperaba algo muy mágico.
En dirección contraria a la que habíamos ido el primer día, fuimos hacia el sur, a Punta Tombo, donde vive una colonia de más de medio millón de pingüinos de Magallanes. Yo siempre he tenido la imagen de los pingüinos en el hielo, pero no todos viven así. Los de esta especie viven parte del año en el mar, pero otra parte viven en tierra, en nidos cavados en auténticos secarrales. Es realmente curioso.
Por el camino el guía nos contó cómo estos animales son muy fieles a sus nidos. Cada uno busca el lugar que más le gusta, lo adecua sus necesidades, lo protege de los depredadores y una vez que está listo, deja que lo vean las hembras, para que éstas elijan si es un buen partido o no. Forman pareja, tienen sus crías y para cuidarlas se turnan. Mientras uno va al mar a por comida, el otro se queda cuidando a los bebés, y luego al revés. Un año después, vuelven al mismo nido los dos miembros de la pareja. Realmente no es que sean fieles uno al otro, pero sí a su hogar.
La verdad es que yo no imaginaba que había tantos pingüinos. Hay un sendero que te lleva caminando durante una hora (muy tranquilos, parándote cada tres pasos)hasta la playa por el que vas caminando y a los lados vas viendo cientos y cientos de pingüinos, cada uno en su nido, tranquilos, tomando el sol, ajenos a nuestra presencia y muchos de ellos dando de comer a sus crías.
Según te vas acercando a la zona de la playa, el número de nidos aumenta, hasta que a lo lejos casi no ves espacio para más. Esto es porque los sitios cercanos al agua son los más codiciados,porque lógicamente tienen la comida más cerca, y cuanto más se alejan, el esfuerzo es mucho mayor. Está claro que los pingüinos nos son muy ágiles en tierra, y muchos de ellos tienen los nidos hasta a quinientos metros del mar.
Una de las normas de esta reserva es que si vas caminando y un pingüino está cerca y va a pasar por donde vas tú, te tienes que parar y cederle el paso. Y es algo que pasa varias veces a lo largo del recorrido. Se paran, te miran ladeando la cabeza a un lado y a otro para calcular la distancia y cuando ven que estás quieto, pasan como diciendo ‘gracias, muy amable’. Para morirse de risa.
El viento loco que hay en esta zona, nos fastidió la segunda parte del día, con la ilusión que me hacia… Íbamos a ver toninas, un tipo de delfín pequeño y muy juguetón al que le encanta ir saltando delante de las lanchas. Pero el puerto de Rawson estaba cerrado, así que nos quedamos con las ganas. Una pena.
Próxima parada, El Calafate.