En nuestro siguiente día en Argentina nos tocaba coger (ups!, si me oyen allí…) un avión en dirección al sur, a El Calafate. A pesar de los lugareños aseguraban que hacía buen día, en realidad hacía muchísimo frío y otra vez el molesto y helado viento del sur. Pero las vistas desde el avión eran tan alucinantes y la emoción por lo que nos esperaba era tanta, que llegamos de lo más acalorados:sólo con la lectura de lo que íbamos a hacer y ver al día siguiente se me ponía la carne de gallina.
El Calafate es una ciudad que en los últimos quince años ha pasado de 2000 a 20000 habitantes, y todo gracias a su gran atracción, los glaciares, y más concretamente, el Perito Moreno.
Teníamos la tarde libre y decidimos darnos un paseo por la laguna Nimez, desde donde puedes observar el Lago Argentino y a la Bahía Redonda, además de las coloridas aves de la zona (aunque a mi la verdad es que los pájaros… ni fú ni fá).
Es un lugar agradable, pero lo que más nos emocionaba era mirar a lo lejos y saber que unos kilómetros más allá nos esperaba una de las razones por las que decidimos ir a Argentina: el gran glaciar Perito Moreno.