La emoción nos despertó a las cinco de la mañana. La emoción, y sonido del viento y la lluvia que golpeaba las ventanas. La decepción fue enorme al ver el día tan desagradable que hacía, incluso estábamos pensando que no íbamos a poder cumplir uno de nuestros sueños del viaje: el Big Ice en el […]
La emoción nos despertó a las cinco de la mañana. La emoción, y sonido del viento y la lluvia que golpeaba las ventanas. La decepción fue enorme al ver el día tan desagradable que hacía, incluso estábamos pensando que no íbamos a poder cumplir uno de nuestros sueños del viaje: el Big Ice en el Perito Moreno.
Antes de hacer el viaje le dimos muchas vueltas a este tema. Había dos opciones, un minitreking de una hora y media, o el largo, que eran ocho horas. En los foros leímos que el segundo podía ser demasiado, pero que el primero se hacía corto. Así que nos hicimos los valientes y decidimos apuntarnos al Big Ice.
Durante la hora de trayecto que cubre los ochenta kilómetros que separan El Calafate del Parque nacional de los Glaciares lo único que hacíamos era mirar al horizonte esperando ver un rayo de sol, que dejara de llover, pero nada. Seguía jarreando. Aunque por lo menos el viento se había parado.
Al final, todo dio igual. La primera visión del Perito Moreno es para quedarse hipnotizado.
La vista no abarca y el silencio que invade el lugar sólo se rompe cuando tienes la suerte de ver algún desprendimiento, que suena como si la tierra se fuera a partir en dos.
Me habían dicho que no hay palabras para definir el Perito, y es completamente cierto.
Después de una hora intentando hacer fotos desde las pasarelas, (digo intentando porque con la lluvia y la cantidad de ropa que llevábamos era imposible), cogimos un barco que nos llevó hasta el lateral del glaciar por el canal de los Témpanos.
Comenzamos una caminata de una hora por el lateral del glaciar hasta llegar a un refugio, donde nos pusieron los crampones y dividieron el grupo entre los que hacían el minitrekking y los que hacíamos el Big Ice. Verte ya con los crampones causa una emoción indescriptible.
Y comenzamos a andar.
La visión desde la cara norte del Perito es alucinante, con un azul que se intensifica en los días nublados y de lluvia y un blanco que yo no había visto en mi vida, grandes picos de hielo formados durante millones de años y agujeros, grietas y cuevas formados por la erosión del agua los que no se ve el fondo y que te hacen sentir como si fueras la primera persona que pisa ese hielo.
Seis horas después, con imágenes únicas en nuestra memoria, y sabiendo que nadie vería el glaciar como lo vimos nosotros (no porque seamos especiales, sino porque cambia constantemente), estábamos de vuelta a la cabaña, con litros de agua sobre nosotros y calados hasta la huesos, (y no es una forma de hablar), pero con una gran pena por abandonar un lugar tan mágico e inolvidable.