El último día en El Calafate nos dedicamos a pasear por el centro y por su infinidad de tiendas de ropa de montaña mientras hacíamos tiempo hasta la hora de coger nuestro siguiente avión en dirección a Ushuaia, el Fin del Mundo. Cerrar la maleta empezaba a ser complicado
Las vistas según te vas acercando al destino con un pasada, con minúsculas islitas que rodean la Tierra del Fuego, un lugar mágico más allá de cual sólo está la Antártida.
Realmente el lugar no tiene mucho más. Agradables restaurantes a lo largo del puerto, magníficas vistas del Canal Beagle, montañas que muestran, por las diferentes erosiones de sus picos hasta dónde llegaba el gran glaciar que cubría toda la zona hace miles de años, bosques, trenes fantasma, lagos que reflejan los pájaros como si fueran un espejo,…
Hay dos cosas que el viajero no puede irse sin probar de Ushuaia: la merluza negra y la centolla. Dos auténticos placeres para el paladar. Nosotros estábamos de cumpleaños, así que decidimos intentar salir de los megarestaurantes tradicionales a los que va todo el mundo, y buscar algo más íntimo. Así encontramos uno de los resturantes donde mejor hemos comido y donde más especiales nos hemos sentido. El Kalma Restó, regentado por un joven argentino que se formó en España y que trataba cada cliente y a cada plato como si fueran únicos.
Una pena que no le hice fotos a todos los platos, sólo a la merluza
El Kalma Restó
La silla de las celebraciones