En Ushuaia la vida gira en torno al frío y la nieve. Sus calles están empedradas para que no se acumule el hielo y el puerto permanece cerrado muchos días a causa del viento.
A pesar del frío, en noviembre el tiempo es buenísimo, con unos seis grados y un viento mucho menos fuerte. Normal, es que están en verano (aunque no lo parezca).
El primer día hicimos la excursión del ‘tren del fin del mundo’ pensando que nos llevaría a algún lugar al que no se puede acceder y con unas vistas que reflejasen que realmente estás allí, en el fin del mundo, pero nada de nada. Te montan en un trencillo a vapor, que va más lento de lo que camina la mayoría de la gente y te dan un paseo por un bosque mientras te cuentan la historia de cómo se pobló la ciudad cuando decidieron montar allí una cárcel.
No se lo recomendaría a nadie, menos mal que sólo era una hora y que por lo menos las vistas eran chulas, pero la verdad es que hubiera preferido darme un buen paseo de dos horitas por el bosque.
Luego entras en el Parque Nacional Tierra de Fuego, donde sí que vimos lo que esperábamos. Tras una pequeña caminata por el bosque, llegas a un punto a partir del que ya no hay más caminos. Literalmente es el lugar donde se acaba el mundo.
Y estás a nada más que 17.848 kilómetros de Alaska y 3.079 de Buenos Aires
Por la tarde hicimos una navegación por el canal Beagle, donde además de las preciosas vistas de la ciudad desde lejos, vimos focas marinas y cormoranes.
Esa noche fue la que descubrimos es Kalma Restó. Un final perfecto, para un cumpleaños especial.