Entrar por primera vez a un templo budista es realmente mágico, todo tiene sus normas: hay que entrar descalzo, con los hombros tapados (es muy importante llevar siempre un pañuelo o chaqueta y unos calcetines en la mochila), en silencio y nunca sentarse con los pies mirando a Buda, es una falta de respeto.
El Wat Phra Kaew es el templo más conocido de Bangkok y el más impresionante.
El tamaño del recinto, con más de cien edificios en su interior, es espectacular, y contrasta con la estatua que alberga, una de las más conocidas y veneradas del budismo: el buda Esmeralda, de 75 centímetros.
Pero este no es el único templo. En cada rincón de la ciudad encuentras pequeños lugares en los que se honra a mínimos o enormes budas y en los que cualquier instante del día es bueno para los Thailandeses para sentarse y meditar un rato.
El Wat Pho es uno de los que más me impresionó. Es un lugar modesto, sin ostentaciones pero en su interior se encuentra un impresionante buda reclinado de 46 metros de base y 15 de alto. La estancia es muy pequeña y con columnas, así que no hay perspectiva posible que te permita ver de lejos todo su tamaño.
La mejor forma de moverse en Bangkok es el skytrain. No solo porque es rápido y cómodo, igual que el metro, sino porque te permite observar a los tailandeses y tener unas vistas geniales de la ciudad. Con él llegamos al muelle del río Chao Phraya. Al otro lado de la orilla está el Wat Arun, una impresionante torre central rodeada de otras cuatro más pequeñas y desde dónde ves al detalle la vida del río, los rascacielos, las casetas, los demás templos y un atardecer indescriptible.
Llegamos al hotel derretidos de calor, emocionadísimos, intentando asimilar las sorpresas que nos estaba dando la ciudad y con ganas de ver qué más nos esperaba en Bangkok.