Lo primero que hicimos cuando llegamos a Tortuguero fue coger una barca para que nos llevara al hotel en el que pensábamos dormir, a ver si había sitio. El trayecto entre los canales es realmente espectacular.
Sí que había sitio en el hotel, pero como eran las 7 de la mañana no pudimos entrar, así que les dejamos las maletas y nos fuimos a desayunar y a dar una vuelta por el pueblo.
Lo mejor de este pequeño lugar es que tienes la sensación de ser el primer turista que llega. Los pocos hoteles que hay están escondidos en la selva o camuflados junto a las orillas de los canales, las calles son de arena y los lugareños hacen su vida ignorando totalmente al visitante.
La chica del hotel nos buscó un guía local que nos acompañó en una caminata de unas 3 horas por el Parque Nacional de Tortuguero. Es imprescindible ir acompañado por alguien que conozca muy bien la flora y la fauna del lugar porque si no, no te enteras de qué es cada cosa y te pierdes la mitad, ya que hay animales expertos en el camuflaje que ellos divisan sorprendentemente: Mono aullador, mono araña, capuchino, perezosos, lagartos de todo tipo, pájaros de mil colores, serpientes…
Una de las cosas que más nos impresionó del paseo fueron las enormes huellas de tortuga de la playa, un pequeño anticipo de lo que veríamos por la noche.
La tarde la pasamos con el mismo guía, pero esta vez subidos en una piragua y remando en silencio entre los canales mientras él nos mostraba todo tipo de animales.
En cuanto anocheció, reunieron a todos los turistas que queríamos ir a ver las tortugas y nos explicaron las normas: cámaras de fotos completamente prohibidas, nada de linternas, sólo se puede ir en grupo cómo y cuándo digan ellos, todo el mundo en silencio… El respeto a las tortugas de los lugareños es extremo, y no es para menos. Después de una hora sentados en la oscuridad de la playa, uno de los avistadores avisó al guía de que las tortugas están llegando y poco a poco vimos de lejos cómo unas rocas gigantes salían del agua caminado lentamente hasta que llegaron al lugar que les gustaba y empezaron a cavar un hoyo. Cuando ya estaban listas y tranquilas, comenzaron a poner los huevos y es en ese momento, cuando están tan concentradas que no les puedes molestar, cuando nos dejaron acercarnos a ellas durante unos segundos. Es realmente mágico.
Pero ahí no terminó la experiencia. Cuando ya estábamos a punto de marcharnos el avistador avisó de que estaban naciendo crías de los huevos que otras tortugas gigantes dejaron hace meses en esa misma playa. De pronto empezamos a tener que caminar con cuidado de no pisarlas, porque miles de mini tortuguitas salieron de debajo de la arena correteando guiadas por su instinto hacia el agua, para dentro de unos años, volver a esa misma playa a poner sus propios huevos.