En el siguiente destino indonesio cambiamos el bosque y los orangutanes por los templos y el asfalto. Volamos de nuevo a Java para visitar Yogyakarta, una de las principales ciudades de la isla.
La misma tarde que llegamos fuimos a ver Borobudur, uno de los templos más impresionantes que he visto en mi vida.
El templo está rodeado de arrozales y palmeras y ha sobrevivido a volcanes, terremotos y bombas durante 1.200 años. Está formado por dos millones de bloques de piedra y se cree que la capa gris que ahora lo cubre en su día tenía color. Para acceder, como en todos los templos budistas, tienes que colocarte un pañuelo de cintura para abajo.
Borobudur se recorre en el sentido de las agujas el reloj (como todos los templos budistas) y de abajo a arriba muestra desde el mundo cotidiano hasta la ascensión al Nirvana: barcos, elefantes, guerreros, bailarinas, músicos y reyes. Merece la pena perder un buen rato observando algunas de las figuras.
Tuvimos la suerte de ver atardecer desde lo alto del templo, cuando la vista es preciosa y ya no quedan casi turistas.
Arriba, unas 400 imágenes de Buda miran desde cámaras abiertas…
… y otras 72 quedan visibles sólo en estupas.
La plataforma circular en lo alto representa el eterno Nirvana
Nos hubiéramos quedado allí horas y horas pero el sol había bajado casi del todo (en Indonesia lo hace rapidísimo, el calor, el cansancio y el hambre pudieron con nosotros y había que guardar fuerzas para todo lo que nos quedaba por ver en Yogyakarta.