Los últimos días del viaje los pasamos en Bali, pero no en la playa, sino en el interior. Preferimos alojarnos en Ubud para poder movernos con más facilidad por toda la isla. Estuvimos cuatro días, pero podríamos haber estado dos semanas viendo danzas, arrozales y templos perdidos.
La isla es pequeña, puedes recorrer toda la costa en coche en un día, y las posibilidades que ofrece son infinitas, tanto en alojamientos como, por supuesto, en maravillas que ver.
A cada paso por la calles, rodeado de un tráfico loco y miles de motos y bicicletas, encuentras pequeñas y exquisitas ofrendas que consisten en unas flores y algo de comida y que recuerdan la importancia que los balineses dan al cuidado de sus dioses, también de los malos, y de sus antepasados.
No hay que perderse la tradicional ración de turisteo, con un espectáculo de teatro y danza balineses. Se trata de una lucha entre el bien y el mal llena de expresividad, música y color que merece la pena ver.
Además se representa junto a un templo precioso
En el norte, los arrozales en terraza se extienden hasta donde la vista no alzanza
Pero si hay una maravilla en Bali son sus templos. Encuentras uno casi en cada esquina. El primer templo balinés que vimos fue el Tirta Empul, uno de los más importantes de la isla. Al atardecer apenas quedan turistas que molesten el silencio de quienes acuden a honrar a sus ancestros, así que es la mejor hora para ir.
Nos estábamos enamorando de Bali, y era sólo el primer día.