La ciudad de Hiroshima nunca dejará de recordarnos su horrible pasado. A pesar de ser una ciudad completamente nueva, con mucha vida y una población de lo más cosmopolita, el visitante siempre tiene en su mente la fecha de 6 de agosto de 1945, cuando fue la primera ciudad del mundo en sufrir un ataque de bombas atómicas. Con el objetivo de que nadie lo olvide, los japoneses decidieron conservar el único esqueleto de edificio que quedó en pie tras el ataque, la Cúpula de la bomba Atómica, o Gembaku Domú, junto al Parque de la Paz.
El parque está lleno de recuerdos y homenajes como el cenotafio, en el que se pueden leer los nombres de las víctimas identificadas que dejó la bomba o la llama de la paz, que se apagará cuando desaparezca la última bomba nuclear.
Entre semana, la zona está llena de excursiones de escolares que, además de aprender su historia, aprovechan la situación para practicar su inglés con los visitantes.
El Museo de la Paz es impactante y angustioso, pero merece la pena ir. Sus pasillos muestran una relato de la guerra y de la historia de las bombas, además de fotografías y relatos en primera persona del horror de aquel día.
Pero Hiroshima no es sólo un recuerdo de la guerra. El viajero puede también pasear por sus renovadas calles, ir de compras y, por supuesto, comer ostras y okonomiyaki, unas tortas saladas a la plancha con verduras y pescado o carne servidas a la manera de Hiroshima, es decir, con tallarines. Están deliciosas.
Una jornada en la ciudad es suficiente para conocer su historia y hacerse una idea de cómo los japoneses decidieron afrontar su pasado y hacerle frente sin olvidarlo.